Socialismo
pequeñoburgués y socialismo asalariado revolucionario
<<Mientras que los pequeños burgueses desean
que la revolución (antifeudal) termine lo antes posible alcanzando a lo
sumo las metas señaladas, nosotros estamos interesados, y esa es nuestra tarea,
en que la revolución (socialista) se
haga permanente, en que dure el tiempo necesario para que sean desplazadas del
poder todas las clases más o menos poderosas [...] Para nosotros no se trata
de modificar la propiedad privada, de lo que se trata es de destruirla; no
se trata de paliar las contradicciones de clase, sino de abolir las clases; no
se trata de mejorar la sociedad existente, sino de instaurar una nueva
sociedad>> (K. Marx - F. Engels: "Circular del Comité Central de la Liga de los
Comunistas" 10 de marzo de 1850". Ed. cit.
El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).
Introducción
En febrero
de 1848 los miembros de la “Liga de los comunistas” liderada
por Marx y Engels, manifestaban amenazantes que:
<<Los burgueses
socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la (incipiente)
sociedad capitalista moderna, sin las
luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren la sociedad
actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la
burguesía sin el proletariado (actuando como fuerza política revolucionaria
de clase social explotada). La
burguesía, como es natural, se representa el mundo en que ella domina como el
mejor de los mundos. El socialismo burgués hace de esta representación
consoladora un sistema más o menos completo. Cuando invita al proletariado a
llevar a la práctica su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra
cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero
despojándose de la odiosa concepción que se ha formado de ella.
Otra forma de este
socialismo, menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar a los obreros
de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que no es tal o cual cambio
político el que podrá beneficiarles, sino solamente una trasformación de las
condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas. Pero por
transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no
entiende, en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción
burguesas —lo cual no es posible más que por vía revolucionaria—, sino que
propone únicamente reformas administrativas realizadas sobre la base de las
mismas relaciones de producción burguesas y que, por tanto no afectan a las
relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en
el mejor de los casos, para reducirle a la burguesía los gastos que requiere su
dominio y para simplificarle la administración de su Estado.
El socialismo burgués
no alcanza su expresión adecuada, sino cuando se convierte en simple figura
retórica [engañosa]: ¡Libre cambio [desigual], en interés de la clase obrera! ¡Aranceles
protectores [en cada país para competir en mejores condiciones con la
burguesía extranjera], en interés de la
clase obrera! ¡Prisiones celulares [donde cada celda es ocupada por un solo
preso] en interés de la clase
obrera! He ahí la última palabra del
socialismo burgués.
El socialismo burgués
se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses son burgueses en
interés de la clase obrera. (K. Marx-Federico Engels: “Manifiesto del Partido Comunista” en
Paris, junio de 1848. Cap. III aptdo. 2: El Socialismo
conservador burgués. Pp. 68. Ed. L’Eina. Barcelona/1989. Lo entre corchetes
nuestro. GPM).
Pero en aquellos tiempos, lo cierto es que la burguesía pudo
desmentir al Manifiesto con la prueba
de la práctica, en eso de que el capitalismo había perdido definitivamente la
capacidad…:
<<…de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera en
el marco de la esclavitud>> (K. Marx-F. Engels: Op. Cit.
Cap. I: Burgueses y proletarios Pp. 49).
Fue este el famoso “mentís” —según ha reconocido Engels— que la
historia les dio a él y a otros muchos que depositaron sus esperanzas en los
sucesos de 1848. Pero con la crudeza de que jamás podrá hacer gala ningún
oportunista —como es el caso en nuestros días— también Engels dio a entender
que los límites de la revolución en 1848 estuvieron en la estupidez política que el proletariado europeo demostró
no haber podido superar en aquellas circunstancias objetivamente subversivas:
<<…las ingenuas ilusiones
y el entusiasmo casi infantil con que saludamos, ante febrero de 1848 la era
revolucionaria, se han desvanecido para siempre (…) Ahora ya sabemos el papel
que la estupidez desempeña en las revoluciones, y como los miserables saben
explotarla (incluyendo sin nombrarlo entre esos miserables a Ferdinand
Lassalle)>>. (Carta de
Engels a Marx el 13 de febrero de 1862, citada por Fernando Claudin en su obra:
“Marx, Engels y la Revolución de 1848” Ed.
“Siglo XI” Pp. 415).
De Ferdinand Lassalle a Eduard
Bernstein y Max Weber, teóricos precursores del fascismo
Doce años después de estos
acontecimientos, Ferdinand Lassalle
adhirió a la causa de los obreros y de los sindicatos, acción que impulsó en
ese movimiento como colaborador desde 1860, donde destacó por ser uno de los
creadores de la Asociación de trabajadores de Alemania conocida por sus siglas ADAV (Allgemeiner Deutscher
Arbeiter-Verein), organización que tuvo su origen en 1863, cuando contradictoriamente,
su política se inclinó a favor de las ideas predominantes en el reino de los junkers (señores
feudales de Prusia), que propendían a unificar
la nación alemana dirigida por el estadista y político alemán Otto
Von Bismarck, apodado “canciller de hierro” por su firme determinación
conservadora de crear un sistema de alianzas proclives a unificar Alemania en
un Estado imperial de carácter autoritario y antiparlamentario. Al colocarse
como partidario de tales procederes, Lassalle se vio enfrentado a su amigo
Marx, que apoyaba a los grupos laborales en contra de la Prusia feudal.
A raíz de una serie de declaraciones
públicas hechas por Lassalle en 1863-1864, Marx y Engels consideraron con
creciente sospecha la agitación de este hombre entre los asalariados alemanes.
Su conocido discurso pronunciado en Ronsdorf el 22
de mayo de 1864, recibió un sostenido aplauso de los oportunistas y fue lo que
impulsó en él una campaña para la edificación de su “Asociación de los
Trabajadores”. Allí su realpolitik no
dudó en mostrar todo tipo de elogios al rey de Prusia, por entonces Guillermo I. Por su parte, Eduard
Bernstein que cambió radicalmente sus antiguos puntos de vista sobre
Lassalle, en 1922 escribió con relación a ese obsecuente discurso que “es
imposible servir a dos señores” —en este caso a la monarquía feudal y a la
clase obrera—, y que el esfuerzo para modular la propia lengua con fines de
producir un efecto deseado sobre las “cabezas” de los súbditos alemanes, le
indujo en realidad a esgrimir un tono completamente retrógrado y cesarista.
“Este discurso”, sentenció Bernstein, “fue una doble proclamación del
cesarismo: cesarismo en las filas del partido y cesarismo en la política del partido”.
Así las cosas, gracias a oportunistas
políticos de la talla de Lassalle, la historia ha demostrado que la burguesía
pudo forjar su libertad económica —es decir, el dominio de sus relaciones de
propiedad— coqueteando con la nobleza en las estructuras políticas de la
sociedad conservadora feudal que le precedió. El proletariado, en cambio, no
logra hacer prevalecer las relaciones sociales suyas propias sin eliminar en
ellas a la propiedad privada burguesa
y a sus respectivos Estados nacionales. Precisamente porqué la forma específicamente obrera de libertad
política, niega de hecho toda
propiedad económica privada. O sea, que a diferencia de la burguesía,
que conquistó el poder político después de minar durante años el poder
económico de la nobleza, el proletariado no puede comenzar a revolucionar la base económica de la sociedad
capitalista, si antes no logra destruir
sus instituciones políticas. Las revoluciones del proletariado son,
pues, intentos políticos siempre económicamente prematuros, donde cada derrota
es, ni más ni menos que la expresión política de un todavía insuficiente
desarrollo de las fuerzas productivas. Así, en cada fracaso de la clase obrera
está la conciencia de sus propios límites; pero en el necesario esfuerzo de
autocrítica política teórica, se prepara su capacidad futura de hacer cada vez
menos prematuro su proyecto de conquistar la emancipación humana universal, sin
privilegios políticos para nadie:
<<Las revoluciones
proletarias, como las del Siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se
interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía
terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y
cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus
primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas
fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas; retroceden
constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios límites,
hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las
circunstancias mismas gritan: ¡Demuestra lo que eres capaz de hacer!>>. (K.
Marx: “El 18 Brumario de Napoleón
Bonaparte” Cap. I).
¿Puede la estupidez política del proletariado juzgarse, al
margen de las condiciones embrutecedoras de vida y de trabajo a las que ha
venido siendo sometido por aquél capitalismo temprano hasta hoy, incluyendo
naturalmente las limitaciones de su vida política? Para contestar a esta
pregunta, otra vez aparece el problema de la división social entre teoría y práctica. Por ejemplo, al
describir los efectos del proceso laboral de transformación técnica y social a
que los simples artesanos medievales fueron sometidos por la burguesía
incipiente, comenzando por la cooperación en el trabajo, que se divide en distintas y sucesivas operaciones
a cargo de otros tantos obreros, hasta la aplicación del maquinismo industrial
que les limita y sustituye cada vez más, Marx dice que…:
<<Es un producto
de la división manufacturera del trabajo, el que las potencias intelectuales
del proceso material de la producción [contenidas en la maquinaria], se les contrapongan [a cada obrero] como propiedad ajena y poder que los
domina. Este proceso de escisión [entre teoría y práctica) comienza en la cooperación simple [entendida
como una división del trabajo productivo asalariado en distintas y sucesivas tareas
individuales cada vez más simples y rápidas], donde los propietarios de los medios de producción frente a los obreros
individuales, representan la unidad y la voluntad [ajenas] que hacen al cuerpo social [colectivo]
del trabajo [explotado]. Se desarrolla en la manufactura, la cual
mutila al trabajador haciendo de él un obrero parcial [ejecutor
reiterativo de un mismo y constante movimiento corporal]. Esta división del trabajo entre los obreros se consuma en la gran
industria que separa del trabajo físico a la ciencia [incorporada a
los medios de trabajo], como potencia
productiva autónoma que le compele a servir al capital [representado en la
maquinaria] (…) La reflexión y la imaginación
están sujetas a error, pero el hábito de mover la mano o el pie [repetida y
constantemente de la misma forma], no
dependen de la una ni del otro movimiento. Se podría decir así, que en lo
tocante a las manufacturas su poder consiste en desembarazarse de su espíritu,
de tal manera que se puede […] considerar al taller como una máquina cuyas
partes constitutivas son seres humanos [realizando las tareas más simples
dictadas por la maquinaria]. Es un hecho
que a mediados del Siglo XVIII, algunas manufacturas para ejecutar ciertas
operaciones —que pese a su sencillez constituían secretos industriales—,
preferían emplear obreros medio idiotas>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XII aptdo. 5:
“El carácter capitalista de la manufactura”. El subrayado y lo entre corchetes
nuestros).
Pues bien, esa inducida idiotez de la clase obrera en Alemania, empleada por
la burguesía empresarial en los procesos de producción material
semi-mecanizada, se ha trasladado a la vida política facilitada por la más
moderna “democracia”, donde el pueblo
no delibera ni gobierna sino que es
gobernado por representantes políticos preparados ad hoc para ello en
los aparatos ideológicos del Estado
burgués, electos en sucesivos comicios periódicos. Teniendo en cuenta
esta experiencia política —similar a la de Alemania en 1860 y coetánea a la del
Risorgimento italiano, Antonio
Gramsci concluyó en que toda revolución proletaria en aquellos momentos,
pasaba por resolver el problema de la separación
entre teoría y práctica al interior del movimiento de la clase obrera subalterna,
pero que la dificultad para superar este divorcio entre los “hombres de acción” y los “hombres de la pluma”, no era
tanto un hecho atribuible a la presunta incapacidad de los intelectuales
revolucionarios para hacerse entender por el pueblo, sino al insuficiente
desarrollo cultural de las clase subalterna, fuertemente condicionada por la
insuficiente fuerza productiva del trabajo en ese momento de la historia de la
acumulación capitalista y, al mismo tiempo, consecuentemente por reflejos
ideológicos contradictorios entre una estructura económica laboral corporativa
y feudal en franco trance de disolución, y otra sustituta puramente capitalista
que aún no acababa de imponerse por completo:
<169> Unidad de la teoría y de la práctica. El
trabajador medio opera prácticamente, pero no tiene una clara conciencia
teórica de este operar-conocer el mundo; incluso su conciencia teórica puede
estar “históricamente” en contraste con su operar. O sea, él tendrá dos
conciencias teóricas, una implícita en su operar y que realmente lo une a todos
sus colaboradores en la transformación práctica del mundo [durante
la producción], y otra “explícita” y superficial que ha heredado del pasado. La
posición práctico-teórica, en tal caso, no puede dejar de volverse “política”,
o sea, cuestión de “hegemonía” [que determina optar por una de las dos
conciencias]. La conciencia de formar
parte de la fuerza hegemónica (o sea la conciencia política) de teoría y
práctica, es la primera fase de una ulterior y progresiva “autoconciencia”, o
sea, de unificación de la práctica y la teoría. Tampoco la unidad de teoría y
práctica es un dato de hecho mecánico, sino un devenir histórico, que
tiene su fase elemental y primitiva en el sentido de “distinción”, de
“alejamiento”, de “independencia” [en el proceso hegemónico de optar entre
esas dos conciencias]. He ahí por qué en
otra parte señalé que el desarrollo del concepto-hecho de hegemonía,
representó un gran progreso “filosófico” además de político-práctico.
Sin embargo, en los
nuevos desarrollos del materialismo histórico, la profundización del concepto
de unidad entre la teoría y la
práctica no está más que aún en su fase inicial: todavía existen residuos de
mecanicismo. Se habla aun de la teoría como “complemento” de la práctica, casi
como accesorio, etc. Pienso que también en este caso la cuestión debe ser
planteada históricamente, o sea, como un aspecto de la cuestión de los
intelectuales. La autoconciencia [del proletariado como resultado de su opción política hegemónica entre
las dos conciencias], significa
históricamente creación de una vanguardia de intelectuales; “una masa” no se
distingue y no se hace “independientemente” sin organizarse y no hay
organización sin intelectuales, o sea sin organizadores y dirigentes. Pero este
proceso de creación de los intelectuales, es largo y difícil como se ha visto
en otras partes. Y durante mucho tiempo, o sea, hasta que la “masa” de los
intelectuales no alcance una cierta amplitud, esto es, hasta que las grandes
masas no alcancen un cierto nivel de cultura, [la teoría] aparece siempre
como una separación entre los intelectuales (o algunos de ellos, o un
grupo de ellos) y las grandes masas: de ahí la impresión de “accesorio y
complementario”. El insistir en la “práctica”, o sea, después de haber, en la
“unidad” afirmada, no distinguido sino separado la práctica de la teoría
(operación puramente mecánica), significa históricamente, que la fase histórica
es aun relativamente elemental, es todavía la fase económico-corporativa [prerrevolucionaria], en la que se transforma el cuadro general
de la “estructura” [todavía vigente]>>. (Antonio Gramsci: “Cuadernos de la Cárcel”. Vol.
3 Cuaderno
8. 1931-1932. Miscelánea y apuntes de filosofía III. Ed. Era/1985. Parágrafo
169 Pp. 300. El subrayado y lo entre corchetes nuestro. GPM).
La burguesía temerosa de que el proceso revolucionario entre
los años 48 y 50 acabara no solo con la nobleza parasitaria, sino también con ella
misma, en el oeste de Alemania se alió con la Prusia feudal en contra el
proletariado. No obstante, por imperativo de las mismas fuerzas económicas, la
reacción oligárquico-feudal dirigente del Estado, no podía menos que hacerse
cargo de las aspiraciones de la revolución burguesa, apoyando políticamente el
desarrollo del capital con gran beneficio para los capitalistas renanos y sajones.
Este nuevo cuadro de situación política se presentó cuando todavía en Alemania
no había hecho pie el modo de producción capitalista puro basado en el plusvalor relativo. Marx
entendió por Plusvalor o ganancia
absoluta, la que se obtiene aumentando el tiempo de la jornada de
labor, mientras que la plusvalía relativa es la que se produce a instancias de
la mayor productividad por unidad de tiempo empleado con tal fin, que al
reducir el tiempo de trabajo necesario de la jornada de labor equivalente al
salario, aumenta el tiempo de trabajo restante convertido de tal modo en
ganancia capitalista. Así las cosas en el plano económico europeo, entre los “hombres de acción” prevaleció un
talante político enfrentado al utopismo revolucionario. Mientras que durante la
revolución predominó entre el proletariado la crítica radical de la propiedad
privada, tras el fracaso de ese intento se acentuó la tendencia del movimiento
a buscar mejoras dentro del capitalismo. En claro contraste con aquél carácter
político-trágico e intransigente de los comunistas utópicos, forjado en la
desesperación de la miseria de las masas que encendía los ideales más extremos,
empezaron a predominar los “hombres
de acción” tragicómicos que pusieron la lucha al servicio de la
negociación y el compromiso con la burguesía. Hasta la derrota del 48 todavía
gravitaban en el movimiento obrero las antiguas tradiciones heredadas de las guildas
(corporaciones gremiales artesanas de la Edad Media tardía), que habían
trasmitido a los proletarios modernos la experiencia de la lucha colectiva[i].
Estabilizar históricamente al artesanado dentro del
capitalismo incipiente, por un lado, y conciliar los intereses del capital y
del trabajo a instancias de los sindicatos por el otro, fueron los sueños que
arrullaron muchos dirigentes políticos del proletariado tras la derrota de
1848. En la obra de Marx no había lugar para semejantes ensoñaciones. De ahí que
desde 1862 en que publicó su “Contribución a la
Crítica de la Economía Política”, la FILOSOFÍA de Marx fue sistemáticamente ignorada cuando no
tergiversada por los círculos intelectuales al interior mismo del movimiento
político de la clase obrera en su época. Poco después de editada esa obra, en
carta dirigida a Kugelmann el 28 de diciembre de ese año, Marx revela de modo dramático las
tendencias hostiles que se insinuaban ya contra la FILOSOFÍA del Materialismo
Histórico:
<<Los ensayos
CIENTÍFICOS con vistas a revolucionar una ciencia no pueden ser jamás
verdaderamente populares. Pero una vez establecida la base científica, es fácil
hacerlas accesibles al público en general (…) Yo quisiera, es cierto, que los
especialistas alemanes aunque fuera por decencia, no ignoraran tan
completamente mis trabajos. Tengo además la experiencia de ningún modo
regocijante, de que los amigos, la gente de nuestro partido (…) no han hecho el
menor esfuerzo por publicar una explicación o simplemente enunciar el contenido
de la obra en las publicaciones a que han tenido acceso. Si esto es una táctica
política, confieso que no puedo penetrar su misterio>>. (K.
Marx: Carta a Kugelmann (28/12/1862. Ver
en Pp. 19).
En vida de Marx, fuera de Alemania y Rusia, su doctrina económica
permaneció desconocida en Europa, tanto por parte de especialistas como por el
gran público. Según relata R. Morgan en “The German
Socialdemocrats and de First International” citado por Jean Barrot y
Dennis Authier tras publicarse en 1867, el Libro I de “El Capital” tuvo poca influencia. Sus escasos lectores (August
Bebel esperó dos años para leerlo y Karl
Liebnekcht había leído menos de 15 páginas después de recibirlo), lo
valoraron como una teoría “científica” de la explotación capitalista. Pero al
no extraer las consecuencias políticas de la Ley General de la Acumulación
Capitalista que esa obra revela, siguieron interpretando el movimiento del
capital desde la perspectiva tradicional de “una injusta distribución de la
riqueza”, cuyo máximo exponente del momento en Alemania era Lassalle, que
líderes como Garibaldi en Italia evidenciaron respecto al partido de los Moderados de Cavour.
Hasta bien entrado el siglo XX es lícito hablar del culto por el Lassalleismo.
A través suyo —de su pacto con Bismark— la burguesía pudo evitar la
constitución de un bloque político histórico del proletariado, al impedir que
la FILOSOFÍA de la praxis se funda con el movimiento obrero. Consultando la
correspondencia de Marx, es dable advertir que su pensamiento económico pasó al
movimiento obrero por el filtro de Lassalle. Todos los testimonio de la época
dan fe de que este impostor del
movimiento obrero consiguió eclipsar la figura de Marx, usurpando su
pensamiento para difundirlo totalmente desnaturalizado. Posiblemente ese haya
sido uno de los puntos de su pacto implícito con el gobierno de Bismark.
Múltiples signos dan testimonio de un culto oficial por Lassalle. En 1865 la
esposa de Marx decía sobre este personaje lo siguiente:
<<Por lo que se
refiere a sus doctrinas, las “doctrinas de Lassalle”, consistían en
desvergonzados plagios de las doctrinas elaboradas por Karl desde hacía veinte
años, con algunos añadidos personales de naturaleza claramente reaccionaria,
todos lo cual daba lugar a una mezcla sorprendente de verdad e invención. Sin
embargo, todo aquello le pareció bien a la clase obrera. Los mejores de entre
ellos, se atenían al verdadero núcleo del asunto, mientras toda la legión de
adoradores se convertía con adoración verdaderamente fanática a la nueva
doctrina, al falso resplandor de la causa y del nuevo mesías, en torno al cual
surgió un culto que apenas encuentra parangón en toda la historia. El incienso
que se quemaba en su honor atontó a toda Alemania…>> (H. M.
Enzensberger: “Conversaciones con Marx y
Engels” Tomo I).
Por un lado, la FILOSOFÍA de Lassalle no consistía en una crítica
del capitalismo en su globalidad, sino
sólo en su vertiente liberal del “Laisse faire (dejar hacer). Para Lassalle los
males del capitalismo no estaban en la producción sino en la circulación de la
riqueza, no en la propiedad privada
de los medios de producción, sino del abuso que de ella hacían los
capitalistas a instancias de la libertad irrestricta en la esfera del
intercambio. Pensaba que bajo el régimen irrestricto de la oferta y la demanda,
el progreso material de los trabajadores se vuelve imposible, porque cualquier
aumento de los salarios reales por encima del nivel de subsistencia, provoca
tal presión de la oferta de trabajo sobre la demanda que los hace descender
nuevamente a ese mínimo o por debajo de él. Tal es, en esencia, lo que Lassalle
dio a conocer al mundo como “ley de bronce de los salarios”. Un razonamiento de
sentido común fácil de digerir. La solución consistía, pues, en "emancipar” a los trabajadores
excedentes convirtiéndoles en ser ellos mismos sus propios patrones a
instancias del régimen de cooperativas, subvencionadas con crédito oficial a
cargo del Estado, para que los trabajadores en activo pudieran negociar sus
salarios en mejores condiciones, a través de los sindicatos bajo arbitraje
estatal…
Fuertemente amarrado a la FILOSOFÍA hegeliana, que bajo el
capitalismo concibió al Estado no como un instrumento político de la burguesía
en su rol de clase dominante —tal como vino sucediendo en la historia con los
distintos Estados clasistas desde el esclavismo—, sino como una autoridad
“independiente” y, por tanto, proclive a regimentar el funcionamiento de la
sociedad de acuerdo con la “idea” de racionalidad y justicia por encima de cualquier interés
particular, Lassalle veía al Estado feudal de su época como un ente apartado de
su verdadero fin clasista realmente
existente, que podía ser conducido por el camino correcto mediante el
sufragio universal. Conclusión: que según su discurso la reforma de la sociedad
era posible a través de la reforma del Estado por medio de los comicios,
dejando intacta la propiedad privada. Tal fue la FILOSOFÍA que el Lassalleismo
convirtió en cosa de “sentido común” dentro del movimiento obrero internacional[ii].
De hecho, cuando en 1869 se constituye el Partido Obrero
Socialdemócrata Alemán (SDAP) durante el
Congreso de Eisenach, su
programa considerado literalmente no es, en modo alguno, marxista. Los
vestigios lassalleanos de los que está impregnado (Estado popular libre,
producto integral del trabajo, créditos públicos para las cooperativas de
producción), son los mismos que Marx criticaría seis años más tarde en el
momento de la fusión de ese partido con los lassalleanos en Gotha
compartiendo el mismo programa criticado por Marx. Por otra parte, el programa de
Eisenach también estuvo en la línea
democrático-burguesa: reivindicaciones de “libertad política” y de un “Estado
democrático”. Es en este surco abierto en el SDAP por “marxistas” como Wilhelm
Liebnektch y August Bebel, donde
la burguesía logró sembrar la semilla del policlasismo, para que los
trabajadores alemanes acepten la tontería estratégica de un “socialismo” basado
en la mutua “tolerancia” entre clases históricamente antagónicas, y en la
coexistencia entre el proletariado y la pequeñoburguesía en el seno de un mismo
partido.
Desde el último cuarto del siglo XIX, prevaleció en Alemania
una práctica social, donde la burguesía en general encontró su entusiasta justificación,
en el creciente nivel de vida coyuntural del proletariado y, en el consecuente
apoyo electoral que había venido recibiendo desde que, en 1890, el Estado
alemán les legalizó cubriéndoles de prestigio político y prebendas, de modo que
los burócratas del Partido Socialdemócrata en ese país se fueron creyendo el
cuento de una estrategia socialista por simple trans-crecimiento del
capitalismo. Todavía en 1913, la correspondencia entre Marx y Engels fue
deliberadamente manipulada por Víctor
Adler, Eduard Bernstein y August Bebel, de modo especial en los pasajes que tratan sobre
Lassalle y Liebnekcht, duramente criticados por Marx en diversas ocasiones.
Así, a despecho de las intenciones de Marx y Engels, la común aceptación de la
táctica electoral terminó sirviendo a la estrategia burguesa de reforma de la
sociedad civil y del Estado a instancias del sufragio universal. Para ellos, no
se trataba ya de destruir al Estado burgués como primera tarea para la
construcción del socialismo, sino de administrar los intereses de la burguesía
en nombre de la clase obrera, hasta el momento en que el capital pueda ser
pacíficamente socializado, desde el Estado como representante de los intereses
generales en nombre de la “voluntad popular”[iii].
Con semejante apoyo político de un ingenuo proletariado momentáneamente
comprado por el movimiento expansivo del capital, a los dirigentes del SPD
cómodamente instalados en los aparatos del Estado burgués alemán, ya no les
bastaba con hacer pasar las tesis de Lassalle por marxismo, sino que
necesitaban desprenderse de él para afirmarse en una nueva teoría que
legitimara su práctica oportunista.
Ese es el cometido histórico que vino a cumplir Eduard
Bernstein. Observando que el nivel de vida obrero acompañaba en su ascenso a
las ganancias de los capitalistas, Bernstein sacó la peregrina conclusión de
que las “coalisiones de empresas”, los truts y los cárteles, terminaron por
trastocar las condiciones objetivas del capitalismo de libre competencia
estudiadas por Marx, lo cual presuntamente desvirtuaba por completo la teoría
política de clases como medio para llegar al socialismo. De este modo, el
pensamiento de Bernstein se puso al servicio de esos nuevos “hombres de acción” convertidos en gestores
del capital, para cortar todo vínculo orgánico con la molesta teoría
revolucionaria. En estas circunstancias fue Rosa Luxemburgo al frente de la
fracción “espartaquista” dentro del SPD quien, desde principios del Siglo XX
intentó infructuosamente desmontar el edificio político que los reformistas socialdemócratas
habían venido construyendo en los dominios del capital. Sólo tuvo éxito en el
campo teórico:
<< ¿Cuál es,
aparentemente, la característica principal de esta práctica? Cierta hostilidad
para con la “teoría”. Esto es natural, puesto que nuestra “teoría”, es decir,
los principios del socialismo científico, imponen limitaciones claramente
definidas a la actividad práctica: en lo que hace a los objetivos de dicha
actividad, los medios para alcanzar dichos objetivos y el método empleado en
dicha actividad. Es bastante natural que la gente que persigue resultados
“prácticos” inmediatos quiera liberarse de tales limitaciones e independizar su
práctica de nuestra “teoría”.
Sin embargo, cada vez
que se trata de aplicar este método, la realidad se encarga de refutarlo. El
socialismo de Estado, el socialismo agrario, la política de compensación, el problema
del ejército, fueron todas derrotas para el oportunismo. Está claro que si esta
corriente desea subsistir debe tratar de destruir los principios de nuestra
teoría y elaborar una teoría propia. El libro de Bernstein apunta precisamente
en esa dirección. Es por eso Max Shippel (1859-1928): revisionista de derecha
en la socialdemocracia alemana; defendía el expansionismo, la política agresiva
y el imperialismo alemanes que en Stuttgart todos los elementos oportunistas de
nuestro partido se agruparon inmediatamente en torno a la bandera de Bernstein.
Si las corrientes oportunistas en la actividad práctica de nuestro partido son
un fenómeno enteramente natural que puede explicarse a la luz de las
circunstancias especiales en que se desenvuelve nuestra actividad, la teoría de
Bernstein es un intento no menos natural de agrupar dichas corrientes en una
expresión teórica general, un intento de elaborar sus propias premisas teóricas
y romper con el socialismo científico. Es por eso que en la publicación de las
ideas de Bernstein debe reconocerse una prueba histórica para el oportunismo y
su primera legitimación científica>>. (Rosa Luxemburgo: “Reforma
o revolución” Segunda parte Cap. V: El oportunismo en la teoría y en la
práctica. Pp. 91-92.
En el marco de la concepción gramsciana de la práctica política y
siguiendo bis a bis estas palabras de Rosa, se hace patente que la FILOSOFÍA de
Bernstein es la adaptación del lassallenismo a la etapa monopolista del capitalismo[iv].
Destruir el marxismo como FILOSOFÍA de la praxis para impedir la unión entre la teoría revolucionaria y la práctica
política en el movimiento obrero, es decir, la conformación de un
bloque histórico proletario. Tal fue el primer cometido de Bernstein y su
gente. El segundo cometido de Bernstein derivado del primero, consistió en
poner su FILOSOFÍA al servicio del movimiento político del capital,
ofreciéndola para que sirviera de vínculo ideológico entre el proletariado y la
burguesía a nivel internacional, para la conformación del bloque histórico de
dominación que ellos, la Segunda
Internacional, se encargarían de hegemonizar y dirigir. Una FILOSOFÍA que, con
tal cometido, reemplazaba la idea marxista de la lucha de clases por su
contraria, basada en la colaboración entre capitalistas y obreros; una
FILOSOFÍA que no necesitaba demostrar teóricamente nada porque no era más que
el reflejo directo en la conciencia del proletariado, de una realidad tangible:
la que ofrecía el proceso de la acumulación del capital basado en el plusvalor
relativo. De ahí que en "Las
Premisas del Socialismo y las Tareas de la Socialdemocracia, Bernstein"
escribiera con total desenfado lo siguiente:
<<Ningún
hombre piensa en arremeter contra la sociedad burguesa como realidad colectiva
civilizada y normalizada. Al contrario. La democracia social no quiere
desmembrar esa sociedad y proletarizar sus miembros todos juntos, trabaja
al contrario sin cesar en
elevar al trabajador de la condición social de un proletario a la de un burgués
y generalizar de ese modo la burguesía o la
realidad burguesa. No quiere poner en el lugar de la
sociedad burguesa una sociedad proletaria, sino en lugar del orden social
capitalista un orden social socialista>>. (Citado por Iring Fetscher en: "El Marxismo. Su historia en documentos". Ed. Zero,
S.A./1976 Pp. 190).
En lo que respecta a la relación entre el movimiento obrero
y el Estado, Bernstein se mantuvo también en la línea de los lassalleanos al
sostener que, como producto de las luchas obreras y populares, el Estado capitalista
ha mutado su naturaleza originalmente represora para pasar a ser el "Estado del pueblo":
<<El
Estado no es únicamente órgano de opresión y guardián de los negocios de los
propietarios. Hacerle aparecer solamente como tal es el recurso de todos los
sistematizadores anarquistas. Proudhon, Bakunin, Stirner, Kropotkin, todos
ellos han presentado al Estado siempre únicamente como órgano de la explotación
y de la opresión; y lo ha sido evidentemente durante suficiente tiempo; pero
desde luego no tiene que serlo necesariamente. Se trata de una forma de vida
común y de un órgano de gobierno que enmienda su carácter sociopolítico con su
contenido social. Si, de acuerdo con un nominalismo abstraccionista, se une
indefectiblemente el concepto del Estado con el concepto de las circunstancias
de opresión bajo las cuales surgió aquél, se ignoran las posibilidades de
desarrollo y las auténticas metamorfosis que de hecho se han producido en él a
través de la historia.
En
la práctica, bajo el influjo de las luchas de los movimientos obreros, se ha
impuesto en los partidos socialdemócratas otra valoración del Estado. Aquí,
efectivamente, ha ganado terreno la idea de un Estado del pueblo, que no es el
instrumento de las clases y capas superiores, sino que recibe su carácter de la
gran mayoría del pueblo gracias al derecho de voto general e igualitario. En
este sentido, Lassalle, en las frases antes citadas, y a pesar de algunas
exageraciones, se ha adelantado acertadamente a la historia, tal como nosotros
podemos abarcarla desde nuestra perspectiva>>. (Ibíd. Ed. cit. Pp. 29).
Esto lo dijo Bernstein en 1922, tres o cuatro años después
de que sus "hombres de acción"
en el SPD a cargo del "Estado
del Pueblo" procedieran a ordenar el aniquilamiento de miles de
obreros revolucionarios que desde los “Consejos de obreros y soldados” quisieron
unir la teoría con la práctica revolucionaria, negándose a aceptar las
condiciones de los nuevos administradores políticos del capital en nombre del
socialismo. Desde noviembre de 1918 a febrero de 1919, los muertos en toda
Alemania superaron a los de las dos revoluciones Rusas juntas, la de febrero y
la de octubre de 1917. Según reseña Gilbert Badia en su "Historia de la
Alemania Contemporánea"
(citado por Jean Barrot y Dennis Authier. Op. cit.). El
aplastamiento militar de la "Segunda República de los Consejos" en
Baviera (abril-mayo de 1919), corrió a cargo de futuros dirigentes nazis como Heinrich
Himmler, Rudolph Hess y Von
Epp.
Tras el aniquilamiento de la revolución de 1918-19,
haciendo suya la definición de Bernstein, el célebre sociólogo burgués Max
Weber, calificará a la Socialdemocracia como <<un Estado en el Estado>>, rindiéndole sincero y
agradecido homenaje. La disciplina que Weber elogió en la socialdemocracia remite,
sin duda, al "buen sentido" gramsciano.
Fue el resultado de un proceso en el que a instancias del "transformismo" operado en la conciencia de buena parte
de los intelectuales y militantes más radicales del movimiento obrero alemán
en los momentos de calma, la burguesía de ese país consiguió finalmente hacer
prevalecer en el "sentido
común" de los trabajadores alemanes, el prejuicio burgués de que el
Estado moderno pertenece a todo el
pueblo y que éste sólo gobierna a través de sus representantes
elegidos por sufragio universal. Esto permite explicar el hecho de que el
proletariado alemán —por vía de la disciplina comicial adquirida durante años
de hábito elector para integrar la institución del parlamento—, durante la
revolución de 1918 abdicara el poder revolucionario que detentaba desde los Consejos de obreros y soldados, en
favor de la Constituyente dominada por los burócratas pro burgueses de la
fracción socialdemócrata de derecha[U1] . Marx
y Engels en sus artículos publicados por el New York Daily Tribune, subrayaron
el papel relevante de la pequeña burguesía en su propensión oportunista a
reemplazar la acción revolucionaria por la retórica vacua de su cobardía
política:
<<La
pequeña burguesía tiene la mayor importancia en todo Estado moderno y en todas
las revoluciones modernas. Es particularmente importante en Alemania, donde en
el curso de las recientes luchas ha desempeñado casi siempre el papel decisivo.
(F. Engels en: “Revolution
et contre-révolution en Allemagne”). Teniendo
en cuenta la inmadurez del proletariado para convertirse de inmediato en fuerza
hegemónica, la perspectiva de continuidad de la revolución —paso del “primer
acto” al “segundo acto”— en que se colocaban Marx y Engels, era difícilmente
concebible en el caso alemán sin una etapa de dominación de la pequeñoburguesía
(socialdemócrata). Por eso la
Circular del Comité Central de la Liga de los Comunistas en marzo de 1850,
formuló la siguiente perspectiva estratégica: “El papel de traición que los liberales
burgueses alemanes desempeñaron respecto al pueblo en 1848, lo desempeñarán
en la próxima revolución los pequeñoburgueses demócratas, que ocupan hoy
en la oposición el mismo lugar que ocupaban los liberales burgueses antes de
1848. Y a continuación Marx y Engels definieron cual debiera ser la política
del proletariado “durante el período de superioridad (de los pequeñoburgueses
socialdemócratas) sobre las demás clases dominantes y sobre el proletariado”.
Tesis que Engels reafirmó en 1852: “La experiencia revolucionaria práctica de
1848-1849 confirma la conclusión a la que llegaban las reflexiones teóricas: la
democracia de los pequeñoburgueses debe, a su vez, pasar por el gobierno antes
de que la clase obrera comunista pueda instalarse en el poder de modo
permanente y destruir el sistema de esclavitud de los asalariados bajo el yugo
de la burguesía en su conjunto” (“Circular
del Comité Central de la Liga de los Comunistas”. Cita de Fernando Claudín en: “Marx-Engels
y la Revolución de 1848” E. Siglo XXI/1985 Cap. III Aptdo. 2 Pp. 272-273. Cfr. con versión digitalizada).
Desde Bebel y Liebnekcht hasta Helmut Kool, pasando por Friedrich
Ebert y Gustav Noske —el "perro sangriento de la Revolución
Alemana" que ordenó el asesinato de Liebnekcht y de Rosa Luxemburgo
junto a miles de militantes spartaquistas entre enero y febrero de 1919—, la
socialdemocracia no ha hecho más que consolidar el "matiz" de la
ideología democrática y el frente policlasista que de la mano de estos
corruptos "hombres de acción" desde
la Segunda Internacional en
adelante, condujo directamente al fascismo en Europa. La forma en que el
capitalismo alemán logró sobreponerse a la energía revolucionaria del
proletariado en ese país, ha demostrado la importancia decisiva de la teoría
en los resultados de la práctica política. Se impone aquí evocar el pasaje de
Lenin en su obra "Que hacer” donde
se refiere a la importancia de la teoría, paradójicamente a propósito de unas
observaciones hechas por Engels en 1874 sobre este asunto. Replicando a los
oportunistas del POSDR, Lenin apeló a unas palabras de Marx en su “Crítica del
Programa de Gotha” con las que censuraba <<duramente>>
el eclecticismo imperante en el flamante SPD surgido de la unión entre
lassalleanos y "marxistas" que acabaron siendo unos oportunistas:
<<Ya que hace falta unirse
—escribía Marx a los dirigentes del partido— pactad acuerdos para alcanzar los
objetivos prácticos del movimiento, pero no trafiquéis con los principios, no
hagáis "concesiones" teóricas. Este era el pensamiento de Marx, ¡y
he aquí que entre nosotros hay gentes que en su nombre tratan de aminorar la
importancia de la teoría!
Sin teoría revolucionaria no puede haber
tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta
idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un
apasionamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica>>. (V. I. Lenin: "Que Hacer” Cap. I: d) "Engels sobre la importancia de la
lucha teórica". El subrayado nuestro).
Inmediatamente, Lenin señala la preeminencia que debe tener
la lucha teórica, sobre todo para un partido en formación. Pueden observarse
aquí las coincidencias entre Lenin y Gramsci en cuanto a que:
<<El primer deber político de todo
nuevo grupo socialmente homogéneo, consiste, primordialmente, en definir su
FILOSOFÍA política. Y, para la socialdemocracia rusa, la
importancia de la teoría es mayor aun (...) por el hecho de que nuestro
partido sólo ha comenzado a formarse, sólo ha empezado a elaborar su fisonomía,
y dista mucho de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias del
pensamiento revolucionario, que amenazan con desviar el movimiento del camino
justo. (...) En estas condiciones, un error "sin importancia" a
primera vista, puede causar los más desastrosos efectos, y sólo gente miope
puede encontrar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la
delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual
"matiz" puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa por
años y años>> (V.I.
Lenin ibid.)
Estas palabras de Lenin evocan asimismo la lucha de los
primeros marxistas contra el socialismo utópico y sentimental, En tal sentido,
las causas del fracaso de Rosa Luxemburgo en su lucha política de principios de
siglo contra el oportunismo reformista, habrá que ir a buscarlas también a los
orígenes de la socialdemocracia alemana. Porque bien es cierto que tras las
sucesivas derrotas del 48 y del 71 las consecuencias políticas de la inevitable
integración económica de los obreros al capital era un coste que había que
aceptar. Pero no es tan seguro que, aun así, la fortaleza del capital hubiera
resistido el seismo de su crisis finisecular, de no ser porque ya antes los
fundadores del materialismo histórico no fueron acompañados en la tarea de
darle a la FILOSOFÍA del proletariado una práctica acorde con ella, aunque sea
minoritaria; porque sus discípulos de mayor valía, los más inteligentes y
abnegados incluida Rosa, han hecho escuela en el error de insistir en su
compromiso militante con organizaciones políticas obreras de masas pero
irremisiblemente reaccionarias, contribuyendo desde entonces a mantener la
teoría revolucionaria secuestrada por una práctica reformista:
<<Luxembourg no comprendió que la
lucha de clases es especialmente flujo y movimiento, pero cristaliza también en
organizaciones, revolucionarias y reaccionarias. De ahí su negativa a crear
una organización independiente. Razonó con relación al Estado nacido en
noviembre de 1918, como razonó a propósito del SPD y del USPD (Partido
Socialista “Independiente” de Alemania). Al concebir la vida social, ante todo
como un movimiento, [Rosa]
descuidó los momentos de ruptura. Rechazó
el atacar frontalmente al Estado de noviembre (como anteriormente al SPD)
porque los obreros ocupaban dentro de él un puesto considerable y [según
ella creyó] podrían hacerle evolucionar [hacia
posiciones revolucionarias]. Ahora bien,
si no hay ruptura, destrucción de las formas [orgánicas] institucionales provenientes de la antigua
fase de estabilidad, el movimiento sigue siendo un movimiento interno al capitalismo, e incluso ayuda a este último a adaptarse [a las
condiciones preexistentes]>> (J.
Barrot y D. Authier: Op. Cit. Cap. VI: "Relación de fuerzas antes del
enfrentamiento". Lo entre corchetes nuestro)
El ejemplo de Rosa Luxemburgo, como el de Willich y
Schapper en 1848 o como el de Lassalle en 1860, demuestran que los vínculos ideológicos
formales con el marxismo en organizaciones reformistas socialdemócratas al
estilo de los Partidos Comunistas de la IIIª Internacional tras la muerte de
Lenin, en tanto y cuanto no rompen políticamente con
el sistema sirven tácticamente a sus dirigentes reformistas, para que sus cada
vez más estrechos vínculos con el capital global, puedan ser vistos por la
militancia más radical del movimiento, a lo sumo como "desviaciones
oportunistas" de una ortodoxia revolucionaria proclamada, evitando así la
construcción de organizaciones verdaderamente
revolucionarias alternativas. En
épocas de retroceso ideológico, muchos "hombres
prácticos" del movimiento se dejan seducir por las organizaciones
reformistas, que ejercen sobre ellos un magnetismo tan irresistible como el
voluntarismo utópico al que se entregan en momentos de alza revolucionaria.
Siguiendo el mal entendido concepto de "estar con las masas",
encuentran en la lucha interna contra el "oportunismo" la siempre
estúpida esperanza de hacer evolucionar a esas organizaciones contrarrevolucionarias
hacia posiciones revolucionarias. Sometidos
al permanente divorcio entre teoría y práctica, donde la costumbre del
compromiso con el enemigo de clase al interior de organizaciones
contrarrevolucionarias, violenta y malogra sistemáticamente la ética de la necesaria ruptura orgánica con él,
son pocos los que, como Rosa Luxemburgo, logran mantener intacta su adhesión a
los principios de la FILOSOFÍA de la praxis —tal como la comprendió y asumió
políticamente Gramsci hasta su muerte, aunque para no pocos ilusos vivientes ya
inútilmente cuando, en pocos meses, la historia se sacude trágicamente años de
comedia política, como sucedió El 25 de agosto de 1917 poco antes de finalizar
la primera guerra mundial, contra la que:
<<Turín se alzó
espontáneamente y la represión militar causó más de cincuenta muertos y
centenares de heridos. La ciudad fue declarada zona de guerra. Los dirigentes
socialistas fueron arrestados en masa y la dirección de la sección socialista
quedó a cargo de un comité de doce personas del que formaba parte Gramsci. En
Rusia los bolcheviques tomaron el poder el 7 de noviembre, pero
durante semanas a Europa llegaban tan solo noticias confusas hasta que el 24 de
noviembre la edición nacional del ¡Avanti! publicó un editorial con
el título “La Revolución contra el capital” firmado por Gramsci.
También en Italia las
dificultades de la guerra y el eco de la Revolución Rusa llevaron a sublevaciones espontáneas
duramente reprimidas por el orden constituido; la revuelta por el pan de Turín
de septiembre de 1917 desencadenó una dura reacción: 50 muertos y más de 200
heridos, declaraciones de Turín como zona de guerra y la consiguiente
aplicación de la ley marcial, arrestos en cadena que golpearon no solo
a los que habían participado en el levantamiento, sino también a los elementos
políticos de la oposición (y en especial a todo el núcleo de la fracción
socialista) con la acusación de instigación a la revolución.
Después de los arrestos
efectuados en Turín, Gramsci pasó a ser el único redactor de El Grito del
Pueblo, que cesó de publicarse el 19 de octubre de 1918. Terminada la
guerra, Gramsci trabajó únicamente en la edición piamontesa del Avanti!
desde el 5 de diciembre; pero los jóvenes socialistas turineses: Gramsci,
Tasca, Togliatti y Terracini, intentaron expresar, después de la revolución rusa, nuevas exigencias en la actividad
política socialista, que no sentían representadas en la Dirección Nacional:
Queríamos hacer,
hacer, hacer, nos sentíamos angustiados, sin una orientación, hastiados en la
ardiente vida de aquellos meses después del armisticio, cuando parecía inmediato el
cataclismo de la sociedad italiana.
Escribió por sí mismo el
número único del periódico de los jóvenes socialistas La Città Futura,
publicado el 11 de febrero de 1917.
Fundó junto a Angelo Tasca, Palmiro Togliatti y Umberto
Terracini el
periódico L'Ordine Nuovo (reseña semanal de cultura socialista) en
1919 y la línea política de la revista, después de un camino incierto,
se definió adoptando posiciones netamente obreras. El primero de mayo de 1919
se publicó el primer número de Orden Nuevo con Gramsci como secretario
de redacción y animador de la revista.
Los obreros sintieron
predilección por el semanario porque «los artículos no eran frías arquitecturas
intelectuales, sino que desobstruían nuestra discusión con los mejores obreros,
creaban sentimientos, voluntad, pasiones reales de la clase obrera turinesa
[...] eran casi una toma de conciencia de sucesos reales.
Participó asimismo en el
movimiento de los Consejos de fábrica de Turín (1919-1920). De hecho, si la democracia burguesa
tiene su punto de apoyo institucional en el Parlamento, la democracia proletaria asigna a los consejos de fábrica esta
posición democrática necesaria para el nacimiento del nuevo orden. De aquí surgieron
las batallas por la introducción y la difusión de estos consejos, la proximidad
con los sentimientos y las opiniones de los obreros, la crítica al Partido Socialista
Italiano
(partido para los proletarios, pero no del proletariado) completamente
homologado a la lógica del poder burgués y por eso mismo incapaz de expresar
una alternativa política real.
Gramsci apoyó la huelga
de abril de 1920, la ocupación de las fábricas del septiembre siguiente y la
frustrada huelga de abril de 1921. Además polemizó con la dirección del
Partido Socialista, tanto contra los maximalistas como contra los reformistas.
Indicó un programa que sacudió la explícita aprobación de Lenin al II Congreso de la III
Internacional comunista, que
había pedido la expulsión del partido de los reformistas y de algunos
maximalistas.
La resolución de la Internacional
comunista que
pedía a los partidos socialistas el alejamiento de los reformistas y más en
general de los gradualistas (los que pretendían la toma del poder político por
la vía democrática electoral para efectuar las reformas sociales) fue desoída
por el Partido Socialista
Italiano. A
pesar de la aprobación y el aval de Lenin a los ordinovisti en el II
Congreso de la Internacional
(organización a la cual el PSI había decidido adherirse en el congreso
de Bolonia de octubre de 1919), los vértices del PSI estaban en manos de
dirigentes formados en el viejo estado liberal, incapaces de comprender el
momento crucial político-social de la posguerra. En este sentido el fracaso de
muchos obreros de agosto a septiembre de 1920 (no comprendido y por tanto
duramente contrariado tanto por los dirigentes del Partido Socialista
Italiano como
por los dirigentes de la Confederación
General del Trabajo), en
este sentido el aislamiento de los ordinovistas del partido, y la
escisión a la izquierda preparada en un congreso de facción en noviembre de
1920 en Imola. (https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Gramsci).
Nunca se insistirá demasiado en que, a falta de un conocimiento científico de la
realidad social existente, sin esta
verdad políticamente asumida por los miembros de un partido, no puede haber
cambio revolucionario posible. Pero también es verdad que a falta de una
organización cuyos miembros cumplan con los requisitos de la teoría científica,
a la postre “no suele ser la conciencia de
los individuos lo que determina su existencia, sino su existencia social
lo que alumbra su conciencia”. Así las cosas, es el sufrimiento cada vez más insoportable de una realidad social vigente ya caduca,
lo que acaba determinando en la conciencia de las mayorías sociales explotadas
y oprimidas, la necesidad de la revolución.
Y en este proceso volvemos a estar ahora mismo los asalariados, bajo
circunstancias en las cuales —como en el pasado—, la pequeño burguesía sedicentemente “de izquierdas” y a instancias de su partido socialdemócrata se
interpone disputándole a la burguesía
liberal de derechas el gobierno de las instituciones estatales. Como ahora
mismo en España, por ejemplo. Pero no precisamente para emancipar a los explotados
del capitalismo, sino para dejar de ser ella misma pequeña. Su verdadera y más interesada
lucha desde siempre ha consistido y consiste, en apropiarse de una parte proporcionalmente mayor de los
medios de producción y de cambio. Éste ha sido y sigue siendo, el secreto mejor
guardado de la Socialdemocracia en su actual condición de organización política.
Por tanto, quienes siendo de condición asalariada se
justifiquen permaneciendo en las organizaciones reformistas y, por extensión,
en las instituciones estatales burguesas militando en su nombre, lo único que
consiguen es exponerse a su propia involución
ideológica y corrupción política, convirtiéndose así en el más serio
obstáculo de la lucha por unir la
práctica política con la teoría científica revolucionaria, requisito imprescindible
para encarar la formación de un bloque histórico o frente político revolucionario
alternativo de poder, realmente enfrentado al capital. Esto es lo que Lenin ha
querido significar cuando en 1902 sentenció diciendo que: “Sin Teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”.
Porque si la verdad universal de una teoría científica, no se proyecta siendo comprendida
y asimilada por la conciencia social colectiva, para materializarse a
instancias de una organización
política revolucionaria independiente, su acción queda reducida a la
nada. Como si se tratara de un ingeniero en paro, o que trabaja para realizar
un proyecto que nada tiene que ver con el suyo propio al que, para su mayor
desgracia, incluso desconoce. Y esto es, precisamente, lo que sucedió con la
mayoría de los asalariados desde que, tras la derrota de la revolución de 1848,
se dejaron conducir por la filosofía del sentido
común pequeñoburgués introyectado en su inconsciente colectivo por la
socialdemocracia:
<<En el momento
actual, en que los demócratas pequeñoburgueses se hallan oprimidos en todas
partes, predican al proletariado en general la unión y la concordia, le tienden
la mano y aspiran a crear un gran partido de la oposición que abarque todos los
matices existentes dentro del partido democrático [socialdemócrata];
es decir, aspiran a enredar a los
obreros en una organización de partido en la que predominen las frases
democrático-sociales en general, detrás de las cuales se ocultan sus intereses
específicos [de fracción clasista burguesa], y en las que, en gracia a la
amada paz, no deberán manifestarse las reivindicaciones concretas del
proletariado. Semejante unión les beneficiaría exclusivamente a ellos y
redundaría totalmente en perjuicio del proletariado. Éste perdería toda su
independencia, a tan dura costa conquistada, para volver a convertirse en
apéndice de la democracia burguesa oficial. Así, pues, semejante unión debe ser
rechazada con la mayor energía. Los obreros en lugar de rebajarse una vez más a
servir de coro y de caja de resonancia de los demócratas burgueses, deberán
esforzarse, sobre todo los de la Liga, en crear al lado de los demócratas
oficiales su propia organización como partido obrero público y clandestino
independiente, haciendo que cada comuna se convierta en centro y núcleo de un
conjunto de sociedades obreras en que se discutan la posición y los intereses
del proletariado, al margen de las influencias burguesas>> (K.
Marx-F. Engels: “Circular del Comité Central a la Liga de los comunistas”. Marzo de 1850. Lo entre corchetes
nuestro. Versión digitalizada. Ver en Pp. 3 y 4).
Esta misma prédica de aquellos antepasados políticos pequeñoburgueses socialdemócratas es,
precisamente, la que sus actuales
sucesores estatizados en la fase monopolista terminal del capitalismo,
le han vuelto a sugerir a los asalariados: Que se agrupen y organicen una vez
más en torno suyo, pero no para acabar definitivamente con este sistema de vida
sino al contrario, tan mentirosa como presuntuosamente
para seguir reformándolo. ¿Qué
reformas? Como si esto fuera posible, cuando la competencia económica interburguesa ha impulsado el desarrollo
científico-técnico de la fuerza productiva del trabajo social, hasta el límite
absoluto de desembocar hoy día, en la automatización
industrial generalizada que tiende objetivamente,
sin poder evitarlo, a prescindir cada vez más del trabajo asalariado en
todos los ámbitos de la producción, dejando
sin sentido clasista burgués a la propiedad privada sobre los medios de
producción y, por necesaria extención, a su consecuencia económica inmediata fundamental que vino
sustentando al sistema: la ganancia
capitalista.
Los políticos profesionales institucionalizados de todos
los colores, son plenamente conscientes de que bajo el régimen capitalista de producción ha sido, es y será
imposible, no sólo evitar el creciente reparto desigual de la riqueza entre las
dos clases sociales universales del sistema, sino que prevalecerá entre los
explotados la tendencia cada vez más exterminadora de la pobreza extrema, a
raíz de la exclusión social, un fenómeno que
expusimos en el último apartado
de nuestro trabajo inmediatamente anterior a éste titulado: “Fundamentos del comportamiento
simulador en vegetales, animales irracionales y seres humanos”. Allí destacamos
el sufrimiento inaudito que hoy pesa sobre los millones de hombres, mujeres y
niños más desfavorecidos en todos los países. Por tanto, estos pequeñoburgueses
“socialistas” degenerados por el
sistema —que se han venido disputando el poder en las instituciones
políticas estatales con la derecha liberal—, mienten tan cobarde como miserablemente
—y lo saben—, cuando en medio de semejante desbarajuste todavía en fase
terminal del capitalismo, siguen prometiendo a su clientela electoral presuntas
“políticas económicas de progreso”
En las
presentes condiciones terminales del
capitalismo tardío bajo la “democracia representativa”, los políticos
profesionales, sin excepción, vienen a ser lo que José
Ingenieros definió por el vocablo degeneración,
un estado de conciencia enajenado
que determinada minoría de sujetos pertenecientes a la clase dominante —alta y
media—, adquieren a instancias de su respectiva familia educada por los medios
de comunicación y, cómo no, por los aparatos ideológicos del sistema
capitalista, una posición en la sociedad donde “La simulación es una forma de lucha por la vida, cuyo resultado es
la mejor adaptación del simulador a las condiciones del medio económico que le
han determinado ser lo que son”. Es decir, unos degenerados sociales. Cualificación resultante del “Proceso
por el cual una persona o una cosa, pasan a un estado peor al de sus orígenes,
tras haber perdido progresivamente las potenciales cualidades genéricas que
tenían al momento de nacer o ser creadas”. Es ésta una categoría
política corrupta en la que no solo están incluidos los sujetos de las clases
alta y media, que se han venido disputando el ejercicio del gobierno en
distintos países. También afecta a buena parte de los llamados ciudadanos de a pie, tan
numerosos como pobres e ignorantes de la realidad económica y política en que
vegetan, tratando de sobrevivir como individuos egoístas proclives al delito,
aunque disciplinados al cumplimiento de votar periódicamente durante los
comicios, para elegir a sus representantes, con la ilusoria esperanza de que
atiendan a sus personales intereses:
<<Hemos descrito ya a los
delincuentes que desafían la moral y la ley al mismo tiempo. Son innúmeros.
Todas las formas corrosivas de la degeneración desfilan en su caleidoscopio,
como si al conjuro de un maléfico exorcismo se convirtieran en pavorosa
realidad los sórdidos ciclos de un infierno dantesco; parásitos de la escoria
social, fronterizos de la infamia, comensales del vicio y de la deshonra,
tristes que se mueven acicalados por sentimientos anormales, espíritus que
sobrellevan la fatalidad de herencias enfermizas y sufren la carcoma inexorable
de las miserias ambientes.
Irreductibles e
indomesticables, aceptan como un duelo permanente la vida en sociedad. Pasan por
nuestros lados impertérritos y sombríos, llevando sobre sus frentes fugitivas el
estigma de su destino involuntario y en los mudos labios la mueca
oblicua del que escruta a sus semejantes con ojo enemigo. Parecen ignorar que
son las víctimas de un complejo determinado, superior a todo freno ético;
súmanse en ellos los desequilibrios transfundidos por una herencia malsana, las
deformes configuraciones morales plasmadas en el medio social y las mil
circunstancias ineludibles que atraviésanse al azar en su existencia. La
ciénaga en que chapalea su conducta, asfixia los gérmenes posibles de todo
sentido moral, desarticulando los últimos prejuicios que los vinculan al
solidario consorcio de los honestos. Viven adaptados a una moral aparte, con
panoramas de sombrías perspectivas, esquivando los clamores luminosos y
escurriéndose entre las penumbras más densas; fermentan en el agitado
aturdimiento de las grandes ciudades modernas, retoñan en todas las grietas del
edificio social y conspiran sordamente contra su estabilidad [la
suya propia], ajenos a las normas de
conducta características del hombre mediocre, eminentemente conservador y
disciplinado>>. (José Ingenieros: “El hombre mediocre” Ver
Pp. 88).
Lo que ha venido significar José Ingenieros en este pasaje
de su obra, es el riesgoso desafío a la moral y a las leyes vigentes en que incurren
los delincuentes comunes.
Pero el interrogante al que cabe responder aquí no es éste, sino la causa fundamental de que también
delincan los políticos profesionales en el ejercicio del poder gubernamental.
¿Y a qué otra causa puede atribuirse la corrupción de estos “representantes del
pueblo”, que no sea precisamente la democracia
representativa y el consecuente carácter
privado discrecional, de la función que normalmente desempeñan los
altos y medianos representantes políticos ejecutivos en sus respectivas
instituciones estatales? Y esto sin contar lo que normalmente se les paga a
cambio de desempeñar sus cargos. Actualmente, el ranking de los emolumentos que
cobran los “representantes del pueblo”
electos en España, por ejemplo, lo encabeza la presidenta del Congreso de los
diputados, Ana Pastor, del derechista liberal Partido Popular (PP), cuya
remuneración anual está fijada en 194.548 Euros al año, es decir, 16.212 al
mes. Le sigue en sucesión el presidente del Senado, Pío García-Escudero,
también del PP, con 177.135,42 Euros brutos anuales. La presidenta madrileña,
Cristina Cifuentes, 103.090; el lehendakari vasco, Íñigo Urkullu 99.479, y el
socialdemócrata que preside la comunidad de Aragón, Javier Lambán, 81.784. En
el otro extremo se sitúan los presidentes autonómicos con el salario más bajo.
Éstos son el presidente de Asturias, Javier Fernández que cobra 65.290 Euros
brutos anuales, la presidenta de Andalucía, Susana Díaz 64.446 y el presidente
de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, 60.129. Por su parte, el presidente del
Tribunal Constitucional, Juan José González Rivas, recientemente elegido,
cobrará un salario bruto anual de 131.870 Euros. Algo inferior será el sueldo
del fiscal General del Estado, José Manuel Maza, quien recibirá 116.127 Euros
brutos anuales. Cifra similar a los 114.841 Euros asignados al presidente del
Tribunal de Cuentas, Ramón Álvarez de Miranda.
Todos estos individuos y sus colegas empresarios a lo largo
y ancho de la geografía mundial, son sin duda conscientes de la situación
terminal por la que atraviesa el sistema capitalista. Saben perfectamente que
desde el estallido de la última gran crisis económica en agosto de 2007, la
distribución desigual de la riqueza entre las dos clases sociales universales
no ha hecho más que aumentar exponencialmente, a expensas no precisamente de
las relativas ganancias crecientes de
la burguesía, sino de la más absoluta y cruel explotación del trabajo,
de la exclusión social masiva y la extensión de la pobreza cada vez más aguda
en el seno de la clase asalariada. Pero ya en diciembre de 2014, durante la
celebración del Encuentro empresarial, con motivo de implementar el Plan Estratégico de Internacionalización
y Mercados Prioritarios 2014-15, organizado por el Consejo Empresarial
de la Competitividad y la CEOE, ese simulador compulsivo a la sazón
Presidente de los españoles, llamado Mariano Rajoy Brey, ha llegado a decir
eufóricamente que: “…en muchos aspectos, la crisis es historia del pasado”.
Ya
lo hemos dejado dicho varias veces y volvemos aquí sobre ello, porque tal parece
que nunca será suficiente. Y es que los embozados
reformistas de la izquierda socialdemócrata en España, al estilo de “Podemos”,
PSOE o Izquierda Unida, que como en los demás países procuran ganarse la
voluntad política de los electores para encaramarse al poder institucional,
ante la presente recesión económica, han venido en los últimos años insistiendo
en lo mismo que hizo Keynes durante la recesión de 1929-1945, quien por
entonces le propuso al Presidente Roosevelt que aumentara los salarios, de modo tal que así el incremento de
la demanda para el consumo estimularía la producción de riqueza, sacando a los
EE.UU. de aquél marasmo. Pero la historia ya se ha encargado de demostrar, que
la burguesía internacional solo ha podido superar aquel escollo, apelando a la
guerra mundial más destructiva y genocida de todas las conocidas hasta hoy. Y
es que los jóvenes políticos aprendices a simuladores oportunistas,
deliberadamente insisten en omitir el hecho cierto —descubierto por Marx—, de
que el estímulo que mueve a la producción de riqueza, no radica en la mayor
demanda de bienes para su consumo, sino en el incremento de la ganancia
contenida en esa riqueza producida. Y está claro que bajo las mismas
condiciones de productividad, un aumento de los salarios deprime la ganancia:
<<Decir
que las crisis provienen de la falta de un consumo en condiciones de pagar, de
la carencia de consumidores solventes, es incurrir en una tautología cabal. El
sistema capitalista no conoce otros tipos de consumidores que los que pueden
pagar, exceptuando el consumo sub forma pauperis (propio de los indigentes) o
el del "pillo". Que las mercancías sean invendibles significa
únicamente que no se han encontrado compradores capaces de pagar por ellas, y
por tanto consumidores (ya que las mercancías, en última instancia, se compran
con vistas al consumo productivo o individual). Pero si se quiere dar a esta
tautología una apariencia de fundamentación profunda, diciendo que la clase
obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende
el mal se remediaría no bien recibiera una fracción mayor de dicho producto, no
bien aumentara su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las
crisis son preparadas por un período en el que el salario sube de manera general
y la clase obrera obtiene realiter (realmente) una porción mayor del producto
destinado al consumo. Desde el punto de vista de estos caballeros del
"sencillo"(!) sentido común, esos períodos, a la inversa, deberían
conjurar las crisis. Parece, pues que la producción capitalista implica
condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad, condiciones que sólo
toleran momentáneamente esa prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre
en calidad de ave de las tormentas, anunciadora de la crisis.>> (K.
Marx: "El Capital" Libro II Sección III Cap. XX)
Ahora mismo, “Podemos” parece ser la organización política
española más interesada y decidida, en echar de las instituciones estatales al
Partido Popular acusándole de corrupción. Pero no por esta causa, sino en
realidad para ponerse ellos en su lugar. ¿Con qué intención? Aumentar los
salarios. ¿De dónde van a sacar ese dinero, si no endeudando todavía más al
Estado español para subvencionar a la mediana y gran burguesía? Y de paso,
naturalmente, con la perspectiva consciente o inconsciente de enriquecerse
vinculándose con el capital bancario en función de gobierno, que todo es cuestión de decidirse y empezar,
como por ejemplo:
<<Ahí están los casos
de José Antonio Moral Santín, un histórico diputado de IU en la
Asamblea de Madrid, quien en medio de la severa recesión económica el pasado
año 2011 percibió 526.000 Euros anuales: 278.000 del Banco Financiero y de
Ahorros (BFA) y otros 231.000 de Bankia, además de otros 17.000 de Caja Madrid
antes de incorporarse al BFA: A través de su militancia
comunista de base, José Antonio Moral Santín, de 62 años, ha escalado desde la
presidencia de Telemadrid en los 90 a través de las cúspides de Caja Madrid
—entidad que llegó a presidir efímeramente en el 2009 por una indisposición de
Miguel Blesa— y también de los Consejos de la Corporación Financiera de la
Caja, Mapfre o Mapfre América>>. (Medio millón de
euros por la izquierda - "El Bierzo - Diario de
León"). Los miembros del
Consejo de Bankia sumaron sueldos por más de 6,5 millones de Euros. Después de
Rodrigo Rato, el consejero que más cobró fue Francisco
Verdú Pons: 1,5
millones de euros. José Manuel Fernández Norniella también ha dimitido, como consejero
ejecutivo de Bankia y adjunto a la presidencia. Hombre de confianza de Rato,
cobró 510.000 Euros en 2011. Claudio Aguirre, economista con notable experiencia en la banca y que ha
participado en privatizaciones y en la toma de empresas multinacionales, cobró
110.000 Euros. Carmen Cavero, cuya trayectoria ha estado ligada al Banco
Exterior de España, ingresó 173.000 Euros; Arturo Fernández Álvarez, vinculado a Caja Madrid y actual
vicepresidente de la patronal CEOE, tuvo un sueldo de 154.000 Euros; Javier López Madrid, abogado y economista, 169.000; y Alberto Ibáñez, que ha sido presidente de City Group, obtuvo una retribución de
142.000 Euros. Juan Llopart Pérez cuenta con bastante experiencia en la banca al ostentar cargos
para Banco de Europa, Caixaban o el Santander. Cobró 195.000 euros. Juan Martín Queralt, que ha ocupado cargos en la Generalitat Valenciana, fue el
integrante que ganó menos: 96.000 euros. Araceli Mora, catedrática de Economía y Contabilidad en la Universidad de
Valencia, recibió 125.00 euros; Francisco Juan Ros, vinculado al mundo empresarial, 124.000;
José Manuel Serra Peris, que tuvo responsabilidad en entes
públicos de Cataluña y el Estado, 209.000; Atilano Soto, 128.000; Antonio Tirado, ex alcalde de Castellón, 182.000, y Álvaro de Ulloa y Suelves, 112.000 euros. Por último, Virgilio
Zapatero,
catedrático de filosofía y ex ministro de Relaciones con las Cortes, cobró un
sueldo de 198.000 por parte de Bankia y 168.000 el resto por integrar la cúpula
de BFA hasta el 16 de junio de 2011.
Por su parte, en el
Consejo de BFA los sueldos de sus integrantes en activo en 2011 ascendieron a
5,3 millones de Euros. Pero hay miembros que salieron del Consejo de
Administración, como Virgilio
Zapatero, que
cobró por formar parte de su consejo hasta el 16 de junio de 2011. Los
consejeros que salieron fueron, además de Virgilio Zapatero, Arturo Fernández Álvarez, ex vicepresidente de la patronal CEOE
(124.000 Euros), José
Luis Olivas Martínez
(623.000 Euros), Juan Llopart (172.000), Francisco Javier López Madrid (141.000), Los ya mencionado José Antonio
Moral Santín (231.000 euros) y José Manuel Serra Peris (178.000). En total,
sumaron 1,6 millones de Euros. El ex ministro del Interior Ángel
Acebes obtuvo
unos ingresos de 254.000 Euros; Francisco Baquero Noriega y Pedro Bedia, ambos representantes del sindicato Comisiones Obreras, ganaron
163.000 y 317.000 Euros respectivamente; Luis Blasco
Bosqued,
presidente de Telefónica Argentina cobró 178.000; José Manuel Fernández Norniella, 166.000; Rafael Ferrando Giner, vinculado a la patronal, 307.000; José Rafael García Fuster, abogado y ex político valenciano,
265.000; Jorge Gómez Moreno 339.000; Agustín González, presidente de la Diputación de Ávila, 214.000; y Mercedes
de la Merced,
licenciada en Filosofía y Letras y que entró en Caja Madrid a propuesta de
Gallardón, 376.000.
Jesús Pedroche Nieto,
abogado y dirigente del Partido Popular, obtuvo 204.000 Euros; Remigio Pellicer Segarra, empresario vinculado a Bancaja, 302.000
Euros; José María de la Riva, 202.000; Estanislao Rodríguez-Ponga, ex secretario de Hacienda del Gobierno
de Aznar, cobró 355.000; Mercedes Rojo Izquierdo, cargo de confianza de Esperanza Aguirre,
374.000; Ricardo Romero de Tejada, ex alcalde de Majadahonda, 270.000; Juan Manuel Suárez del Toro, que procede de Caja de Canarias,
235.000; Antonio Tirado, 227.000, y Ángel Daniel Villanueva, relacionado con Bancaja, 307.000 Euros.
¿De dónde salió gran parte de este dinero? Del trabajo no
pagado a centenares de miles de asalariados españoles e inmigrantes
provenientes de Latinoamérica, Rumanía, Polonia, etc., muchos de ellos
engañados y estafados por los políticos profesionales eventualmente a cargo de
sus sucesivos gobiernos, por una parte y, por otra, los bancos, ofreciendo productos
dinerarios de la ingeniería financiera, sucedáneos del por casi todos conocido timo de la
estampita.
He aquí por qué
los políticos profesionales de la izquierda
pequeñoburguesa en general, simulan ocultando celosamente la verdadera causa por la cual le
disputan el poder político a la gran derecha liberal, en las distintas
instituciones estatales de todos los países. He aquí por qué en medio de los
estertores terminales del sistema capitalista, estos individuos pugnan por
sostenerlo a toda costa, prometiendo
combatir la corrupción e implementar políticas económicas de progreso para los
más desfavorecidos. Un sistema de vida que desde sus orígenes ha
demostrado ser congénitamente explotador, corrupto y corruptor. Más aun desde
que la democracia directa de
los pueblos en los tiempos de Clístenes de
Atenas (570 a C – 507 a C), fuera sustituida por la “democracia representativa”,
políticamente fraccionada entre distintas organizaciones que se disputan el
acceso al poder institucional. No es casual que Lord
Acton haya dejado dicho para la posteridad —por lo visto hasta hoy
inútilmente— eso de que: “El poder
político corrompe y el poder político absoluto corrompe absolutamente”. Pero
la corrupción no es algo unilateral ni espontáneo. Está férreamente determinada
por el privilegiado “derecho” de los
empresarios a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio.
Donde el poder corruptor que
los empresarios privados ejercen según el rango del cargo jerárquico que
ostenta cada cual, recae inevitablemente sobre los representantes políticos electos del poder ejecutivo institucional, que se dejan corromper por los
empresarios en su respectivo Estado nacional. ¿Cómo? Induciéndoles a convertir
la cosa pública en cosa privada; negociándola entre ambas partes
subrepticiamente para fines mutuos gananciales. Por ejemplo, cuando en un
Estado nacional se proyecta la realización de una obra pública, que arbitraria
y subrepticiamente a cambio de una retribución acordada, se decide conceder a
una determinada empresa privada. Es así como se confirma, categórica y
terminantemente, que la puta "democracia" todavía vigente siga
siendo, en realidad, la dictadura del permanente contubernio corrupto entre
empresarios privados y
políticos públicos profesionales.
Actualmente hay pasando por los tribunales en España, más de 1.900 políticos imputados por corrupción. AQUÍ
VOY
Los límites económicos
objetivos del capitalismo
Pero el centro neurálgico de la dictadura del capital, no
reside sólo ni principalmente en la corrupción política de los gobiernos, sino
en la relación social fundamental
entre patronos y obreros asalariados, entre burgueses y proletarios. Ya hemos más de una vez explicado siguiendo a John
Francis Bray, el porqué de este reparto desigual, que discurre entre la igualdad del intercambio formal acordado en
el contrato de trabajo, y la desigualdad
real a la hora de su ejecución, o sea, por ejemplo: el hecho de que
ambas partes hayan acordado un salario equivalente al valor creado por la
fuerza de trabajo del obrero durante la mitad de cada jornada de labor, no
quiere decir que no se le pueda hacer trabajar durante la jornada entera: ¿Y
por qué los políticos profesionales al servicio incondicional de la burguesía, aceptan
semejante superchería? Porque ellos son parte
beneficiaria de ese reparto desigual y hacen a su condición de
usufructuarios en él, consagrado por sus instituciones estatales a escala
planetaria en todos los países. Para decirlo más claramente: que proceden de
tal forma porque como reza el viejo proverbio de los políticos profesionales en
Argentina: “donde se come no se caga”. O
sea, que al dejar intangibles los hechos
fundamentales del capitalismo comprendidos en la ley objetiva del valor económico, los gestores públicos
cualquiera sea el partido político en el que militan y desde el que gobiernan
ejerciendo el poder, no sólo aceptan las necesarias consecuencias
protagonizadas por sus colegas —los empresarios privados en la sociedad civil—,
sino que, además, naturalmente comparten y usufructúan semejante fechoría con
ellos. Son verdaderos cómplices:
<<La ganancia del empresario
será siempre una pérdida para el obrero, hasta que los intercambios entre las
partes sean iguales; y los intercambios no pueden ser iguales mientras la
sociedad esté dividida entre capitalistas (propietarios de los medios de producción y de cambio)
y productores obreros, dado que estos
últimos viven de su trabajo, en tanto que los primeros engordan a cuenta de
beneficiarse del trabajo ajeno. Es claro —continúa el señor Bray— que,
cualquiera sea la forma de gobierno que establezcáis…por mucho que prediquéis
en nombre de la moral y del amor fraterno…la reciprocidad es incompatible con
la desigualdad de los intercambios. La desigualdad de los intercambios, fuente
de la desigualdad en la posesión, es el enemigo secreto que nos devora (No reciprocity can exist where there are
unequal exchanyes. Inequality of exchanges, as being the cause of inequality of possessions,
is the secret enemy that devour us). (…)
Mientras permanezca en vigor este
sistema de desigualdad en los intercambios, los productores (asalariados) seguirán siendo tan pobres, tan ignorantes, estarán tan agobiados por
el trabajo como lo están actualmente...Sólo un cambio total de sistema,
la introducción de la igualdad del trabajo y de los cambios, puede mejorar este
estado de cosas y asegurar a los seres humanos la verdadera igualdad de
derechos… A los productores les bastará hacer un esfuerzo —son ellos
precisamente quienes deben hacer todos los esfuerzos para su propia salvación—
y sus cadenas serán rotas para siempre>>. [John Francis Bray: “Labour´s Wrongs and Labour´s Remedy 1839 (Calamidades
de la clase obrera y medios para suprimirla). Citado por K. Marx en: “Miseria de la filosofía” Ed. “Progreso”
Pp. 61].
Si hay algo
que no pocos de los periodistas venales suelen compartir con los políticos en
las instituciones estatales, es no pasar más allá de hacer circunloquios retóricos en
torno a lo que parece ser la
realidad del sistema capitalista, escamoteando
remitirse directamente a lo que la realidad es efectivamente, al núcleo
de sus bases fundamentales. Por la cuenta que les trae, los políticos
institucionalizados son unos redomados profesionales en el arte filosófico,
falaz e interesado, de seguir consagrando
lo aparente. Por ejemplo: en sus intervenciones durante la reciente
moción de censura a su gobierno, el actual Presidente de los españoles en
nombre del derechista Partido Popular (PP), ha declarado falsamente que la
economía española está creciendo a razón del 3,5% anual, y que la tasa de paro
ha remitido del 25 al 22%, porque se han creado 400.000 puestos de trabajo. El
economista norteamericano y premio nobel, Joseph Stiglitz, ha desmentido estas
palabras de Mariano Rajoy, aportando datos que le han inducido a declarar: “Lo que se le ha hecho a los españoles es un
desastre”, acusando al gobierno del Partido Popular (PP) de ser
uno de los causantes de que España esté hoy
en la bancarrota. La deuda pública el pasado mes de junio respecto de
mayo, aumentó en 18.549 millones de Euros, alcanzando los 1.107 billones, la mayor en toda
su historia.
Si la tasa
de paro ha caído por debajo del 20% respecto de 2007, ha sido a raíz de que el
gobierno si vio forzado por la recesión económica, a sustituir el empleo indefinido por el temporal y
precario hoy
vigentes. Así es cómo los políticos profesionales de todos los colores,
justifican la “democracia” que representan, acercando en cada ocasión oportuna
que se precie el ascua a su sardina. Y uno de los partidos políticos
oportunistas que se apuntó a semejante modus vivendi al interior de las
instituciones políticas del sistema en España, ha sido la reciente formación
llamada “Podemos” aspirante a gobernar, que corriendo el mes de noviembre
pasado, ha propuesto en el parlamento lo que se aprobó por 174 votos a favor y
137 en contra: un aumento del salario mínimo interprofesional hasta los 950
Euros mensuales previsto para en 2020. Una proposición que sólo será posible,
si el sistema logra superar la recesión actual terminal del capitalismo,
realidad que solo será posible si la ganancia del capital global en España
justifica el aumento de la producción, elevándose por encima de ese supuesto y
nada previsible incremento salarial.
Los
social-demócratas al uso —como es el caso del PSOE y “Podemos” en España—,
comparten la peregrina idea que acuñó ese otro sociata llamado John Maynard
Keynes. O sea, que
según el criterio interesado
de los ideólogos a sueldo y prebendas del sistema capitalista, la objetividad de la economía política como
ciencia, esto es, independiente de la subjetividad de nadie en particular, oficialmente NO EXISTE. De modo que para
discernir acerca de esa parcela de la realidad, solo cabe hacerlo a la luz
negra del llamado
pensamiento único burgués que atraviesa el prisma subjetivo y
relativista nunca tan interesado
de la “política económica”. Esa disciplina engañosa, déspota
y corrupta, implementada por los políticos profesionales de turno,
eventualmente a cargo de las instituciones estatales capitalistas.
Por ejemplo,
si fuera verdad que la causa de las crisis radica en el déficit de la demanda solvente, el problema
podría solucionarse como han venido preconizando por todo el mundo formaciones
políticas de medio pelo —como I.U., P.S.O.E y últimamente “Podemos” en España—,
insistiendo en su estrategia de conciliar el artículo 33 de la Constitución
—que consagra la propiedad privada capitalista—, con el 131 que consagra las
presuntas virtudes de la planificación.
O sea, medidas de política económica
que supuestamente garantizan el llamado “Estado del Bienestar”. Tal fue el
planteamiento que Keynes le propuso ejecutar al por entonces presidente Franklin
Delano Roosevelt durante la
“gran depresión” de los años treinta en EE.UU., aun a costa de que el Estado incurra en Déficit presupuestario e incremente la deuda estatal. Su
propuesta consistió en privilegiar el Gasto público y subir los salarios, para generar la
tan supuestamente definitoria y difundida Demanda agregada para la superación de las crisis,
en la creencia de que así se incentivaría la Inversión productiva, disminuyendo el Desempleo.
Keynes
omitió tener en cuenta dos cuestiones: 1)
que las crisis capitalistas típicas no son crisis de sub-consumo por carencia
de poder adquisitivo de las mayorías sociales, sino crisis de superproducción existente de capital
(que no se invierte en la producción) por rentabilidad
insuficiente. Dicho de otra forma: que la ganancia obtenida por el
capital invertido en cada unidad de producto fabricado, no justifica su
inversión y, 2) que dichas crisis
sólo se pueden superar en condiciones de ganancias crecientes superiores al costo en salarios
para producirlas. Así fue cómo Keynes decidió ignorar las leyes objetivas de la economía
política, confiando en que el gobierno americano podía moderar y hasta
eliminar los ciclos económicos, interviniendo en ellos con medidas de política económica presuntamente
expansivas. Pero lo cierto y verdad es que la crisis
terminal del capitalismo mundial desatada el 24 de octubre de 1929, sólo se
pudo superar apelando a la mayor destrucción material y muerte masiva causadas
hasta entonces por una guerra mundial, como fue la que tuvo lugar entre 1939 y
1945.
Acerca del
desarrollo histórico posible del sistema capitalista y cuáles son sus límites objetivos absolutos, ya
hemos abundado y volvemos aquí a insistir una vez más en ello, según el
siguiente razonamiento: 1) La
función del capitalismo ha consistido y consiste en el crecimiento de la
riqueza producida y su desigual reparto entre capitalistas y asalariados. 2) Dicho reparto desigual ha venido
históricamente determinado por el progresivo desarrollo de la fuerza productiva
del trabajo, que consistió en la creciente sustitución
de trabajo vivo por medios técnicos cada vez más eficaces, teniendo en
cuenta que los medios materiales técnicos se limitan a trasladar su valor al
producto y, 3) Según lo demostrado
científicamente por Marx bajo el título
de “Fundamentos” (Grundrisse) entre 1857 y 1858 (Ver
Pp.276), de este
proceso de sustitución que limita cada vez más el empleo de trabajo vivo
empleado respecto de los medios materiales técnicos, sólo se puede concluir en
que la ganancia disminuye progresivamente, hasta el punto en que el sistema
capitalista alcanza el límite histórico-objetivo de su existencia, determinado
por el incesante desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social.
Así las
cosas, el problema insoluble que tienen por delante los actuales y futuros
empresarios privados en la sociedad civil, tanto como sus colegas agentes
públicos en las instituciones de los tres poderes del Estado —ya sean políticos
institucionalizados, jueces o fiscales y cualquiera sea el país de referencia
en las condiciones del capitalismo postrero—, no es sólo que para ello han sido
debidamente educados en los respectivos aparatos ideológicos que consagran el pensamiento único burgués vigente,
sino que, además, están forzados a mentir sistemáticamente sobre la realidad,
siguiendo rigurosamente los falsos dogmas de fe y comportamiento, contenidos en
ese pensamiento falaz, so pena de perder ipso facto su condición de aspirantes
a representar políticamente a ninguna clientela entre los llamados ciudadanos
de a pie. Así es la “libertad” que pueden ejercer estos candidatos a
“representantes del pueblo”, en relación con la verdad de la realidad que viven
y ocultan miserablemente forzados a ello por la conveniencia personal y de
partido, transformados en
unos simuladores y farsantes sin escrúpulos, en unos mentirosos compulsivos
consuetudinarios. Tal es principio activo de la vigente propiedad privada capitalista que hace con el
tiempo a la completa corrupción política de estos sujetos. En síntesis, que
para llegar a ser un corrupto político consumado, es necesario pasar por
dejarse corromper ideológicamente, aceptando la falsedad teórica vigente para
definir la realidad en todos sus aspectos, como condición imprescindible de
aspirar a incorporarse en —y dirigir las— instituciones políticas del sistema.
Tal es el obligado y peligroso curso
disoluto a recorrer
en semejante carrera, para ejercitar el poder político “democrático
representativo”. Esto es lo que Antonio
Gramsci en general
definió apelando al vocablo
“Transformismo”, como la función deletérea o degenerativa que cumplen las
clases dominantes burguesas, sobre ciertos y determinados sujetos oportunistas
que, organizados en partidos políticos reformistas del capitalismo, se proponen
medrar en las instituciones estatales
del sistema, dirigiendo celosamente desde allí a las clases
subalternas, para que no lo trasciendan. Tal es la función política constitutiva solidaria entre los
empresarios privados en la sociedad civil y los servidores públicos en el
Estado.
Los estertores del sistema
capitalista tardío
A esta
tradicional concepción del mundo socialdemócrata
reformista del capitalismo, como es el caso en España del Partido
Socialista Obrero Español (PSOE), que desde 1879 ha venido ensayando supuestos cambios
en el sistema dejándolo esencialmente
como está —según el principio fundamental de sus orígenes—, se han
sumado últimamente otras formaciones del mismo cuño burgués en general oportunista y rastrero, derivadas del llamado movimiento
15M que confluyeron en la organización política “Podemos”, sedicentemente
representativa de “la gente”, pero que
como todas las demás organizaciones políticas del mismo carácter conservador, lo que representan en realidad y
defienden incondicionalmente, es el principio fundamental del
capitalismo: la propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio y sus necesarias
consecuencias inmediatas: 1) la explotación de los asalariados
que periódicamente desemboca en crisis económicas y lucha entre las dos clases sociales universales, por un
lado, y 2) la competencia intercapitalista que ha venido generando guerras
de rapiña entre fracciones nacionales e internacionales de la burguesía en todo
el Orbe.
Todo
ello sucedió en el curso de un proceso histórico, donde la capacidad de producir incorporada a los medios técnicos de trabajo, en virtud de la competencia intercapitalista
no ha dejado de progresar en desmedro
del trabajo humano. Y dado que desde los orígenes del capitalismo la
ganancia de los patronos burgueses vino determinada exclusivamente por el tiempo
de trabajo humano empleado, que
en cada jornada de labor excede al
tiempo en que produce el equivalente a su salario, pues de tal modo
resulta que el empleo de trabajo
humano disminuye paulatinamente, en la misma proporción que aumenta la potencial productividad
contenida en la maquinaria. Así las cosas, es falso de toda falsedad
que la idea del comunismo en la sociedad capitalista haya tenido un origen subjetivo en la cabeza de los
comunistas. Porque lo cierto y verdad es que esa idea antes de alumbrar
el intelecto de Marx, estuvo objetivamente
determinada por los hechos desde los orígenes del capitalismo. Y tan
cierto es esto último como que fue en propio Marx quien con su genio
investigador, pudo prever con
irrebatible autoridad científica esa realidad histórica próximo-futura.
Así lo dejó negro sobre blanco en mayo de 1875:
<<En la fase superior de la sociedad
comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de
los individuos a la división del trabajo y, con ella, el contraste entre el
trabajo intelectual [precursor del progreso técnico] y el trabajo físico; cuando el trabajo no sea solamente un medio de
vida sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los
individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y
corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces
podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del [falso y explotador] derecho burgués [todavía vigente], y la sociedad podrá escribir en sus
banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus
necesidades! (…)
La emancipación del
trabajo tiene que ser obra de la clase obrera, frente a la cual todas las
demás clases [incluida naturalmente la pequeñoburguesía y sus
representantes políticos estatales institucionalizados], no forman más que una masa reaccionaria>>. (K. Marx: “Crítica
del Programa de Gotha”, con
prólogo de F. Engels redactado el 6 de enero de 1891. Lo entre corchetes y el
subrayado nuestros. Versión digitalizada Cfr. Pp. 17-18).
El comunismo a escala internacional ha
sido, pues, científicamente previsto y previsible. Y en cuanto al odio visceral que han venido destilando
los sociatas pequeñoburgueses
hacia el comunismo y los comunistas, cabe decir que es un sentimiento de lo más irracional y rastrero, porque estos
señores jamás han sido capaces de justificarlo con irrebatibles argumentos. Y
no son capaces, porque se lo impide su tan inconfesable como consustancial y
egoísta individualismo de cuño político totalitario y belicoso: el
totalitarismo de esa cosa llamada
capital, que a instancias de la competencia, convirtió a los países
económicamente más desarrollados en imperios, y a buena parte de sus ciudadanos
de a pie en estúpidas bestias rapaces inducidas por sus gobiernos a justificar
las guerras de rapiña pretextando la defensa de la patria.
Acerca de este particular, es
necesario saber que el Islam como religión es muy anterior a la doctrina militar del yihadismo terrorista, que tuvo sus antecedentes históricos inmediatos a principios del Siglo
XIX, cuando Francia y Gran Bretaña se apropiaron de territorios en el Medio
Oriente y Norte de África, provocando el desmembramiento del califato asentado en
Turquía, que acabó con doce siglos de dominio político soberano de la religión
musulmana, no sólo en ese país, durante los cuales, para los pueblos del mundo
árabe la vinculación entre política y religión encarnada en la figura del califa
primero y, después del sultán, era total.
En España esa lucha por el dominio territorial y social entre católicos y
musulmanes llamados moriscos, se resolvió en un conflicto
conocido por “La rebelión de las Alpujarras” entre 1568
y 1571 durante el reinado de Felipe II, a
instancias de lo que se conoció como
la Santa Inquisición católica represiva y persecutoria contra toda otra confesión
religiosa, nombrando para tal fin como inquisidor general a Tomás de Torquemada. Este
antecedente histórico es el que hoy reivindican los líderes religiosos
terroristas islámicos a sus militantes de base, como una causa vengativa de
lucha pendiente de resolución triunfante, en realidad asumida como un simple
medio para los verdaderos fines políticos de su exclusivo dominio territorial,
incluyendo naturalmente en ese dominio a los demás medios técnicos y humanos de
la producción en los países conquistados, para
los secretos e inconfesables fines económicos de reservarse el disfrute
de la inmensa mayor parte de la riqueza producida por esos medios en el nombre
de “Alah, el más grande”. Según Juan Antonio
Llorente —que fue secretario general de la Inquisición de 1789
a 1801 y publicó en 1822 “Historia crítica de la Inquisición”—, esta institución católica procesó a
un total de 341.021 personas de religión musulmana, de las cuales algo menos de
un 10 % (31 912) habrían sido ejecutadas.
A fines de aquél siglo XIX durante los
años 1884 y 1885, durante la Conferencia de Berlín, convocada por
Francia y el Reino Unido de Inglaterra organizada por el Canciller Otto Von
Bismarck, con el fin de resolver los problemas que planteaba la expansión
colonial en África y resolver su repartición, se acordó el derecho a la soberanía
sobre cualquier territorio en el que la potencia extranjera lograra ocupar sus
costas y ejercer la libre navegación de sus ríos, respetando la prohibición del
comercio de esclavos. Así fue cómo las potencias europeas pasaron a decidir el
presente y futuro de los territorios conquistados. El dominio sobre sus colonias
se caracterizó por un control político total, es decir, que los nativos de los territorios
ocupados, pasaron a ser gobernados y dirigidos políticamente por el correspondiente
país imperialista ocupante. Por último, durante este período el acelerado
aumento de la población europea en esos territorios, provocó intensos
movimientos migratorios hacia otros continentes en búsqueda de fuentes de
trabajo y mejores oportunidades.
Y
en cuanto al concepto de la palabra “terrorismo”, tuvo su origen más remoto durante
la revolución francesa entre 1789 y 1799, cuando el gobierno
jacobino antifeudal francés encabezado por Maximilien Robespierre, encarcelaba
y ejecutaba a sus opositores activos sin respetar las garantías del debido
proceso judicial. Y aun cuando la táctica del terror comenzó a ser aplicada por
la nobleza decadente todavía en
el ejercicio del poder, durante la revolución burguesa pasaron a ser aquellos
mismos terroristas monárquicos quienes sufrieron con especial virulencia esta
lacra. El llamado “Reinado del Terror” entre 1793-1794 habitualmente
representado por el uso público de la guillotina, fue utilizado para eliminar y
disuadir a "los enemigos de la Revolución" burguesa. Con este
objetivo, el partido jacobino apeló a las amenazas de muerte para mantener la
superioridad política sobre sus rivales, asegurándose que cualquier conato
contrarrevolucionario fuera sofocado desde el principio, alentando públicamente
a que los ciudadanos denuncien cualquier intento de atentado contra el nuevo
gobierno revolucionario. Así fue cómo por primera vez en la historia del
capitalismo, la táctica del terror militar
pasó a ser parte constitutiva de la política practicada por los distintos Estados
modernos nacionales capitalistas emergentes. Y en cuanto al más reciente terrorismo
yihadista oriundo de países donde se profesa la religión musulmana —como es el
caso en Afganistán, Irán, Irak o Paquistán—, según ha reportado en 2016 eldiario.es la causa manifiesta proclamada de
los atentados terroristas islámicos han sido de carácter político-religioso-defensivo, de los cuales el 87% de ellos
tuvieron lugar en esos mismos países ocupados. Entre 2007 y 2016 en Pakistán
sólo se registraron 12 atentados. Pero la causa fundamental que siempre
movió a las partes en conflicto que atacaron militarmente o se defendieron de
otros países, no pudo jamás ni puede ser otra que los intereses materiales por expropiar o por evitar ser
expropiados.
Esta
problemática del terrorismo se volvió a presentar en Afganistán, cuando en
1919, el emir Amanulah Khan que gobernó a ese país hasta 1929, había
tomado el poder en Afganistán, denunciando el tratado semi-colonial que Gran
Bretaña le había impuesto a los anteriores gobernantes de ese país, y emprendió
acciones para enfrentar militarmente al imperialismo que buscaba retrotraer ese
país a su antigua condición de colonia. Ese mismo año Amanulah firmó un acuerdo con la República Federativa
soviética de Rusia. El 27 de marzo de 1919 el gobierno
soviético fue el primer país en el mundo que reconoció la independencia y
soberanía de Afganistán, apoyándola mientras se desarrollaba la Tercera
Guerra Anglo-Afgana que discurrió entre el 3 de mayo al 3 de junio de
1919. Al término de esta guerra, Gran Bretaña se vio obligada a firmar un tratado
de paz con Afganistán,
reconociendo así por primera vez su independencia. Los británicos exigieron
reiteradamente la ruptura de relaciones diplomáticas entre Afganistán y la
URSS. En 1923 presentaron a la URSS el llamado “ultimátum de Curzon”, una de
cuyas principales exigencias fue que Afganistán retirara el personal
diplomático soviético en ese país y el reconocimiento a su independencia y
soberanía. Fue cuando Lenin caracterizó entonces a Afganistán como "el único Estado musulmán
independiente del mundo", que podría encabezar la lucha de los pueblos
musulmanes por la libertad y la independencia. La primera constitución de ese
país fue establecida en 1923, que garantizaba las libertades individuales y los
derechos básicos de sus ciudadanos: abolición de la esclavitud, educación
secular para ambos sexos, clases para adultos analfabetos y nómadas,
implantación de una corte suprema y cortes de justicia seculares, abolición de
los privilegios de la realeza y de los líderes tribales. Además, animó a las
mujeres a salir del encierro y dejar de usar velo.3 Su
esposa, la reina Soraya Tarzi, jugó un papel muy importante en lo que respecta a su
política emancipatoria hacia las mujeres.
Las
medidas modernas de Amanulah Kan en 1923, provocaron la rebelión de los mulás de la tribu
mangal en Jost, liderada
por el mulá Abd el Karin. Amanulah envió una delegación de ulemas para
negociar, pero al ver que los mulás sólo buscaban justificaciones para su
sublevación, el Ejército reprimió el levantamiento. De todos modos, Amanulah
modificó la Constitución para tornarla más conservadora con los siguientes
cambios: escuela hanafí reconocida
como la oficial, impuestos especiales para hindúes y judíos, permiso para imponer penas según
la sharia. En noviembre de 1928, las tribus shinwari de etnia pashtún (sur del país) se sublevaron.
Lucharon encarnizadamente con el Ejército
Nacional Afgano y, cuando lograron avanzar hacia la capital, lo que
quedaba de éste, en lugar de resistir, desertó masivamente; mientras que desde
el norte se aproximaba el caudillo tayiko Habibulá
Kalakani. Amanulah
intentó recuperar el control de sus pocas tropas leales, pero fracasó y debió abdicar
en favor de su hermano mayor Inayatullah, quien fue derrocado tres días más
tarde.3 El
líder militar Ghulam Nabi invadió Afganistán para ayudar a restaurar a Amanulah
Khan y reclutó un ejército de 6.000 partidarios, pero al conocerse que el rey
había huido (quien a su vez desconocía la existencia de este ejército), éste se
desbandó.7
El
caudillo tayiko se había proclamado emir, pero fue derrocado a su vez por unos
parientes lejanos de Amanulah Khan liderados por Mohammad
Nadir Shah, quien se proclamó rey y aplastó brutalmente a todas
las fuerzas disidentes. Los partidarios de Amanulah Khan estaban dirigidos por
el jefe de la familia Charkhi de Logar, el cual
fue ejecutado por orden de Mohammad
Nadir Shah; sus familiares tomaron venganza y el monarca fue
asesinado en 1933.8
Tras
su derrocamiento por los talibanes
que derivaron en lo que hoy se conoce por Estado Islámico, Daesh o Isis —fracción
política burguesa terrorista insurgente de naturaleza fundamentalista, yihadista o wahabita—, formada en
su origen por radicales fieles a Abu Bakr
al-Baghdadi —que en junio de 2014 volvieron a poner en vigencia el
califato52—, así fue
cómo las reformas de Amanulah Khan fueron
abolidas (incluso el ferrocarril que fue destruido por los conservadores4) y él cruzó la frontera hacia la India
británica trasladándose de allí a Italia. Residió en Europa hasta su muerte en Suiza corriendo el año
1960. Sus restos descansan en el panteón
familiar en Jalalabad, cerca de
la tumba de su esposa contigua a la de su padre. En todo este proceso que tuvo
por protagonistas principales a los líderes político-religiosos ya mencionados,
insistimos en que, sin duda, la verdadera “causus belli” estuvo determinada por
intereses materiales típicamente capitalistas, cuyo pretexto fue su distinta confesión
religiosa respecto de la otra parte social, aunque las dos del mismo carácter
explotador y beligerante en conflicto.
Y
en cuanto a las intervenciones militares en Afganistán e Irak entre 2001 y 2003
—durante la presidencia norteamericana oficiada por ese sátrapa genocida
yanky llamado George W. Bush Jr.—., fue un
negocio acordado por la coalición política entre los EE.UU. y la Gran Bretaña,
cuando esos dos países imperialistas decidieron deliberadamente y en el más
riguroso secreto, derrumbar las “Torres Gemelas” de New York inventando falsas “pruebas”,
para poder acusar de ese hecho supuestamente a los gobiernos de Afganistán e
Irak —éste último presidido por Sadam Hussein—, a quien se le imputó mentirosamente
poseer armas de destrucción masiva.
Todo ello para poder así justificar la invasión militar de esos dos países —la
de Afganistán
en 2001 y la de Irak en 2003—, con el inconfesable propósito de expropiarles
respectivamente sus ricos yacimientos de gas y petróleo. Más
revelaciones sobre las mentiras de la versión oficial del 11S. La CIA
desclasifica el documento que “justificó” la invasión de Irak.
La
guerra en Afganistán comenzó el 7 de octubre de 2001 con la “Operación Libertad Duradera” del Ejército estadounidense y la “Operación
Herrick” de las tropas
británicas, lanzadas ambas para invadir y ocupar aquel país asiático. La invasión se desató en respuesta
a los atentados
del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, de los que este
país culpó al multimillonario saudí Osama bin Laden. Para iniciar la invasión, Estados
Unidos se amparó en una interpretación peculiar del artículo 51 de la Carta de las
Naciones Unidas, relativo al derecho a la legítima defensa. La guerra
de Afganistán se prolongó entre octubre de 2001 y diciembre de 2014. La invasión
militar de Irak, también conocida como Segunda Guerra del Golfo
u Operación Libertad Iraquí, discurrió entre marzo y mayo de 2003
protagonizada por una coalición multinacional entre los Estados Unidos, el
Reino Unido, Australia, Dinamarca, Polonia, El Salvador, España, Italia,
República Dominicana y Portugal.
Epílogo
Como consecuencia de aquella histórica
usurpación imperialista por medios bélicos, de territorios nacionales habitados
por ciudadanos de confesión religiosa musulmana en Afganistán e Irak, el último
episodio de todo este proceso sucedió el pasado jueves 17 de agosto a las 16:50
hs. en la ciudad española de Barcelona, cuando el joven terrorista islámico Younes Abouyaakoub conduciendo una
furgoneta de color blanco —a gran velocidad y haciendo eses para pillar el
mayor número posible de víctimas—, recorrió 500 metros embistiendo de forma
indiscriminada a decenas de ciudadanos de diversas nacionalidades que en ese
momento paseaban por La Rambla en la ciudad de Barcelona, provocando 14 muertos
y más de 120 heridos. La organización yihadista Daesh, un grupo terrorista
insurgente formado en su origen por radicales fieles a Abu Bakr
al-Baghdadi, reivindicó el atentado a través de la agencia de
noticias “Amaq”. Y según informó el rotativo barcelonés El Periódico en su
edición del pasado jueves 16, “la CIA
había advertido dos meses antes a las autoridades policiales de Catalunya en el
noreste de España, de un posible ataque terrorista en Barcelona”. Y “mencionó en particular la zona
turística de Las Ramblas”. Sin embargo, tal parece que los máximos
dirigentes políticos en esa comunidad, nada hicieron para prevenir y evitar el
cometido de semejante amenaza terrorista. Un atentado que ha sido el peor
vivido en esta ciudad desde cuando se preparara y ejecutara por ETA el de
Hipercor en 1987. ¿Fue éste último atentado un nuevo Pearl Harbor?:
<<…A
primera hora de la mañana del 7 de diciembre de 1941, submarinos y aviones
japoneses atacaron a la flota estadounidense del Pacífico atracada en Pearl
Harbor. Los aeródromos militares cercanos también fueron destruidos por los
aviones japoneses. Ocho buques de guerra y más de diez embarcaciones fueron
hundidos o sufrieron graves daños, casi 200 aviones fueron incendiados y
murieron o resultaron heridos, aproximadamente 3.000 hombres de la Marina y del
Ejército norteamericano.
Con ese
ataque, EE.UU. justificó ante la opinión pública norteamericana y mundial su
participación en la II Gran Guerra Mundial en alianza con Inglaterra,
Francia y la URSS —presidida por el stalinismo—, contra el bloque formado por
Alemania, Japón e Italia. Tal como ha ocurrido antes y después del atentado
el 11 de setiembre de 2001, ocurrió en EE.UU. entre octubre de 1941 y el día
posterior al desastre de Pearl Harbor.
Tras aquél ataque "por sorpresa", la
conmoción y perplejidad ante la “falta de aviso” fue un misterio para todo el
mundo, tanto para el servicio de inteligencia norteamericano como para la
opinión pública de ese país, que no se explicaba cómo había podido ocurrirle
eso al ejército mejor dotado de Occidente. No hubo entonces ninguna respuesta
veraz a ese interrogante. Tal como está ocurriendo hoy[1],
desde aquél fatídico 7 de diciembre hasta hace bien poco, la humanidad vivió en
el mismo misterio acerca de lo que propició aquel desastre bélico y humano en
Pearl Harbor. En la publicación oficial del Gobierno británico, "El sistema traidor en la guerra de
1939 a 1945", y en el libro más recientemente publicado: "Espía/Contraespía", escrito
por la primera autoridad en materia de espionaje británico, Dusko Popov, salió
a la luz que en agosto de 1941, cuatro meses antes de aquella catástrofe
bélica —que ahora mismo está en las
pantallas de todo el mundo, qué casualidad— el por entonces director del FBI
(Federal Bureau of Investigation), J. Edgar Hoover, fue
informado por completo, oficialmente y en persona, de que los japoneses estaban
planeando el ataque militar sobre Pearl Harbor, así como cuándo y cómo se
haría. Sin embargo, oficialmente no hubo constancia documentada de que Hoover
hubiera prevenido a su gobierno del ataque. (Cfr.:
http://freedom.lronhubbard.org.mx/page042.htm El subrayado nuestro).
Fue aquella una maniobra orquestada para
justificar la participación de los EE.UU. en el pingüe negocio de la Segunda
Guerra Mundial. Ahora, tras el más reciente ataque terrorista islámico en
Barcelona, los líderes internacionales y alcaldes de diversas ciudades
extranjeras en el Occidente capitalista, se limitaron a condenar el atentado mostrando
su solidaridad con los ciudadanos y dirigentes políticos barceloneses, quienes
respondieron agradecidos a ese gesto condenando al terrorismo yihadista,
abrazados a los proclamados conceptos de “solidaridad y paz universal”. Como si
16 años antes primero en Afganistán y seguidamente en Irak, la invasión militar
en esos países no hubiera causado ninguna consecuencia. Cuando en realidad hubo
allí 4 millones de muertos. La mayoría
de ellos oriundos de Afganistán, Irak y Pakistán.
Otra completamente distinta es la
dialéctica entre las dos clases sociales fundamentales del capitalismo en el
mundo, donde el odio al comunismo es un sentimiento que arraiga con más fuerza
en el espíritu de las relativamente
numerosas minorías propietarias de medios de producción y de cambio,
cuanto mayor es la masa de riqueza que ostentan en detrimento de las mayorías
explotadas, quienes teniendo cada vez menos aumentan cada vez más. Así resulta que el creciente reparto
desigual de la riqueza, férreamente determinado por este sistema de vida, tiene
un límite histórico absoluto en la sustitución
de trabajo humano físico explotado por trabajo mecánico automatizado. Como que llega el momento
en que de donde ya no hay, nada se puede seguir sacando. Una dinámica objetiva descubierta
por Marx que se ha venido cumpliendo fatalmente mal que les pese a los explotadores
multimillonarios. Y es así, porque la maquinaria que ha venido progresivamente sustituyendo trabajo
humano físico por trabajo mecánico, determinó que el valor de estos medios técnicos
materiales equivalente a su desvalorización
por el sucesivo desgaste físico llamado amortización,
se traslade directamente al precio
del producto sin generar ganancia ninguna. A diferencia del trabajo
humano empleado, cuyo valor económico creado equivalente al desgaste físico del
obrero durante cada jornada de labor, aunque
su reparto sea cada vez más desigual ha podido distribuirse entre el relativamente
menor salario que permitió al obrero reponer su fuerza de trabajo, y la relativamente
mayor ganancia del capitalista que lo ha ido enriqueciendo. Una distribución desigual
que se agota, cuando en virtud de la competencia intercapitalista la
sustitución de trabajo humano vivo por trabajo mecanizado, llega a su límite
histórico absoluto natural. Y en estas estamos ahora mismo.
Todo
este desaguisado exige responder a la pregunta: ¿por qué los pequeñoburgueses odian
a los comunistas tanto como les temen? Les odian porque luchan contra los
privilegios de la clase social dominante a la que ellos mismos pertenecen; y
les temen porque sienten que esa condición social suya de pertenencia a la
clase propietaria explotadora, que ha venido periódicamente fluctuando peligrosamente
entre los dos extremos contrarios e históricamente irreconciliables de la
dialéctica social fundamental propia del capitalismo entre burgueses y
proletarios, es día que pasa cada vez más inestable y provisoria cualquiera sea
la confesión religiosa de sus partes en conflicto.
Finalmente, ¡hay que ser unos miserables
degenerados para insistir en escamotear
la verdad en lugar de arrojar luz sobre ella —tal como nosotros hemos
hecho una vez más aquí—, sobre las inhumanas y terribles consecuencias provocadas
por la propiedad privada sobre los
medios de producción y de cambio en la historia del capitalismo, que ha
convertido a los seres humanos en bestias pardas! Como dijera certeramente Marx
en 1844:
<<Pero,
¿en qué se distingue nuestra historia de la libertad de la historia de la
libertad del jabalí, si se debe ir a encontrarla sólo en las selvas?>> (“Introducción
para la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”
¡He
aquí al desnudo la causa delincuencial,
expoliadora y genocida que, en todos los países al mismo tiempo, ha venido generando el odio y el temor bestial
de los empresarios burgueses y políticos profesionales institucionalizados en
general, hacia el comunismo y los comunistas! ¡Son estos los únicos dos
sentimientos que toda esta gentuza en el poder ha sido sinceramente
proclive a experimentar, más allá del goce que le ha venido proporcionando su cada
vez más relativa opulencia, a instancias de la mayor productividad del trabajo ajeno gratuito aplicado a medios
de producción cada vez más eficaces! ¡Un privilegio económico-social que
ya llegó casi al límite histórico absoluto
de su continuidad!
Sí.
¡Basura, pura basura histórica es lo que desde la primera guerra mundial ha
venido demostrando ser el llamado “mundo libre”! GPM.
[1] "Somos un país vulnerable, contrariamente con el
sentimiento de seguridad que alimenta los días y las noches de gran parte de la
humanidad. Vulnerable por los aires y por los suelos. De hecho no son
aeropuertos extranjeros en los que se embarcan gente armada con el propósito de
llevar adelante un suicidio masivo. Frente a este hecho, que no admite
discusión, me pregunto: ¿Dónde está el dinero que escrupulosamente aportamos
los americanos para los organismos de seguridad? ¿Es que las labores de
inteligencia se aplican únicamente en otros países y no en el nuestro propio?
¿Para qué se gasta tiempo y dinero en el famoso escudo antimisiles, pensando en
la guerra de las galaxias, si el ataque proviene desde nuestro propio
territorio?" (Elizabeth Bunting-Bradshaw: "Me dieron en mis símbolos". En "Jaque al
Imperio" 13/09/01) Esta es la pregunta que se hacen todavía una mayoría de
norteamericanos.
[i] Ciudades como
Brujas y Gante en Flandes, Lyon y París en Francia, Londres en Inglaterra,
Florencia, Nápoles y Palermo en Italia, y regiones con Castilla, Aragón y
Cataluña en España, fueron escenario desde el Siglo XIV de rebeliones urbanas
protagonizadas por los artesanos que, , en muchos casos las dirigieron, como
ocurrió en Flandes, la región manufacturera más desarrollada en el noroeste
europeo:
<<En
todas las ciudades —escribe Henry
Pirenne— los comunes
dirigidos por los artesanos por los tejedores y bataneros, derrotaron a los
magistrados, organizados ellos mismos y establecieron precipitadamente
gobiernos revolucionarios>> (Pérez Zagorin: “Revueltas y revoluciones en la Edad Moderna” Tomo I: “Movimientos
campesinos y urbanos”).
[ii] En realidad, la paternidad de esta
FILOSOFÍA “populista” no corresponde a Lassalle. Cuarenta años antes que él, la
popularizara en Alemania a nombre del marxismo, fue difundida en Francia por Louis
Blanc,
para quien la lucha por la conquista del derecho al voto constituía también la
“base para la organización del trabajo”. Blanc propagandizaba entre los obreros
la conquista del sufragio universal para supuestamente hacer valer ante el
Estado y contra la burguesía la “voluntad popular”, que hiciera posible
establecer los “talleres nacionales” dirigidos por el Estado , que más tarde
pasarían a ser gestionados directamente por corporaciones de trabajadores “independientes”,
de tal modo que asegurasen a “todos los hombres” , tanto el “derecho a
trabajar” como al “producto íntegro de su trabajo”:
<<No había diferencia esencial entre lo que
Louis Blanc había abogado en Francia en la década de 1840 y lo que Lassalle
defendía en la Alemania de 1860, aunque, por supuesto, el medio político en el
cual estas dos doctrinas fueron predicadas, era muy diferente en los dos casos.
Además. Lassalle, como Louis Blanc, insistía en que era indispensable que todos
los varones votasen y, también la intervención del Estado, porque sostenía que
era imposible para los obreros conseguir su emancipación económica mediante un
esfuerzo cooperativo voluntario, sin la ayuda del Estado>>. (G.D.H. Cole: “Historia del Pensamiento Socialista” Tomo
II Cap. V. Pp. 82. Ed FCE México/1958).
[iii] Desde que en diciembre de 1918 los obreros
alemanes votan delegar en la Constituyente el poder revolucionario que habían
conquistado a través de los Consejos obreros, <<El SPD declara terminada la revolución, al menos en su fase de
violencia y acciones de masas. Al estar (supuestamente) el partido de la clase obrera en el poder,
la clase obrera ha tomado el poder político. Desde este momento, la
transformación revolucionaria de las relaciones sociales (llamada
socialización) es, de ahora en adelante
cuestión de tiempo; se trata de un proceso progresivo y pacífico. Hay que
desarrollar todavía el capital, pues sólo un capital llevado hasta el último
estadio de su desarrollo podrá ser socializado. Para ello hay que hacer reinar
el orden y aplastar a los “spartaquistas”, dicho de otro modo, al
“lumpenproletariado revolucionario” (Jean Barrot y Denis Authier: “La izquierda Comunista de Alemania”. Cap.
VI: Relación de fuerzas antes del enfrentamiento. Ed. Zero ZYX/1978. Pp. 107).
[iv] <<Superando
el reformismo arcaico de la etapa artesanal temprana del capitalismo, Lassalle
rechaza simultáneamente la lucha de clases y el nacionalismo manchesteriano tal
como se manifestó en Inglaterra. Su sistema de los derechos adquiridos
desarrolla el tema del tránsito de la propiedad privada a la propiedad pública [coexistiendo
entre ambas]. Anuncia el advenimiento de
los obreros, en cuanto grupo social profesional (no subversivo) en el seno del
capitalismo, haciendo presión sobre el mismo capitalismo (con la ayuda del
Estado), para obtener un estatuto estable y reconocido. En un discurso de 1862
—Año en que Bismark accede a la Cancillería— Lassalle plantea la pregunta
¿quién debe dirigir la sociedad? Las constituciones, explica él, no son tanto
unos documentos inmutables, cuanto unas cristalizaciones provisionales de las
relaciones de poder entre grupos sociales rivales. Consciente de la realidad
política del mundo capitalista, donde la automatización de los individuos conduce
a su reagrupamiento en bloque que reivindican una parcela de poder, procura
organizar directamente esta porción de poder en colaboración con Bismark (…)
Lassalle trata, de modo incompleto, sellado por un pacto explícito [Cfr. sus
cartas], lo que realizará posteriormente la socialdemocracia concluyendo un
acuerdo implícito con el capital>>. (Jean Barrot y Denis Authier Op.
Cit. Cap. II “Orígenes del movimiento obrero alemán”. Lo entre corchetes
nuestro).